martes, 8 de septiembre de 2009

Poemas de Wislawa Symborska (I)


Hace algunos años tuve la oportunidad de visitar Polonia, y ha sido uno de los viajes más felices de mi vida. Antes de volver a mi país viví momentos inolvidables, invaluables para un ogrio como yo. De despedida obtuve un libro de Wislawa Symborska (View with a Grain of Sand, Kent, U.K., 1996, Faber & Faber, trad. del polaco al inglés: Baranczak y Cavanagh) que leí en el tren, el autobús y el avión. Un tesoro, aunque sólo sea tal para mí, que tuve la intención de traducir y, de hecho comencé a hacerlo.... hasta que descubrí una traducción editada de ese mismo libro (y también del inglés) por el Fondo de Cultura Económica.

Una literatura imponente, sin duda alguna, la polaca.

Hoy, y para no quedarme con las ganas, comparto un par de mis dudosas traducciones hechas al vuelo y con mínimas modificaciones también de botepronto. Y recuerdo.



Nació

Así que en verdad tiene madre
y es esta fértil viejita
de ojos grisáceos. 

Es la barca que le trajo, años atrás,
de aquella orilla. 

De ella desembarcó a esta tierra,
llamada también finitud. 

Es la utéresis del hombre
con quien camino las brasas. 

Ella es, y sólo a ella
le está vedado aprehenderle. 

Ella lo calzó a la piel
en que me fuera a mí dado;
dentro de ella su esqueleto
se hilvanó:
el yo de él a mi invisible. 

De ella es eco la mirada
gris con la que él me mira.
Su Alfa es ella, sí; mas
¿por qué me la pone enfrente? 

Nació; nació
como un hijo de vecino.
Al igual que yo es mortal. 

Hijo de mujer coetánea;
la tumba humana a que vuelve
como el viajero hacia Omega. 

Atado a su propia ausencia,
aquí, allá, en todo momento. 

Su frente golpea el muro
que jamás cederá el paso. 

Lo bordea para eludirlo
como a ley universal. 

Y su camino, hoy entiendo,
va a medio camino ya. 

Pero nada de eso dijo:
“Te presentó a mi mamá”
y nada más.

La alcoba del suicida

De seguro sentiste vacío su cuarto;
pero no: había tres sillas de robustos respaldos;
para combatir la oscuridad, la lámpara;
un escritorio y sobre él un cartapacio, algunos diarios;
un Buda bonachón, un Cristo preocupado,
siete elefantes de la suerte; su cuaderno en la gaveta
donde, habrás de creer, yacen nuestras direcciones. 

¿No hallaste libros, fotos ni discos?
Viste mal; negras manos consentían una trompeta;
estaba Saskia y su tierna florecita;
alegrías, divinas chispas; atorado
en su portada, entre sueños vivía Ulises,
tras gestar el Canto Quinto.
De los moralistas, áureas sílabas
sus nombres en troquel
sobre lomos elegantes;
espalda con espalda, junto a aquellos,
los políticos. 

Que no tuvo escapatoria, dices, pero,
¿La puerta no era una opción?
La ventana ofrecía otra perspectiva,
pero se hallaron sus gafas sobre el marco,
y una mosca bisbiseaba por ahí,
todavía viva. 

Al menos, crees, su póstuma nos legó algo,
mas, ¿si te digo que no la hubo?
Sus amigos todos, —¡tuvo tantos!—
cupimos sin traba en un hueco 
sobre recostado en una copa.

Imagen: Saskia con una flor, Rembrandt,
tomada de: flickr.com/photos/8449304@N04/511980944/



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