miércoles, 29 de abril de 2009

Tintero seco


Retazos que halla uno en noches de dudas virales.


Sí, allá, por donde el sol se oculta

Un seco manantial ya nos espera

La piara de recuerdos desespera

Por desatar su nombre en turbamulta



*
"¿No ves?", decía A llorando frente a un sol que alardeaba su rojo como un fumador su aro de humo. "Sí, claro que veo. Sólo espero que se vuelva recuerdo para llorar como tú".



*
Hace unos días, un sol en la cara de un viejo que parecía ya apagada. "¡Ya veo de nuevo!". Con sólo un día que le quedara... 


*

Si proteína igual a pólvora en infiernitos, mejor la técnica del carbohidrato y estallar en ciclos tartamudos, pero nombrando los derrumbes como quien apoda al pasar a los trenes.



*

¿Has visto un hemisobrio ensurcado por aquí?

Un prócer de húmeda alpargata lo solicita,

paga bien e invita los cigarros.


Es más al sur aún.

Tú dime si lo vale.

No vale dos hectáreas este miedo.



  RSR (D.R.)

miércoles, 22 de abril de 2009

Relato de viaje






Transerrana

Arde al cobalto el cobre del poniente,
armónicos esfuman a más táctil el aire,
percute un segundo vertical,
llama y presagio,
un instante después apenas yescas

El suelo que pisas es risa de viejo
que al tiempo tus tientos
y al silencio deja.
Tú, niño, un noviembre
miraste helicoides
en todos los puntos de una línea recta

¿Hallaste el andar en el lago sepulto o en el desertor
de una isla que deja a pedazos de serlo?
¿junto el moribundo, la mitad espejo, la mitad salitre
o el de la frontera de sangre en el nombre y aves en la piel?
¿frente al Pacífico manso y feroz como un muslo;
o en un mirador de jade dentro del Caribe,
su sangría de colibrí y su fe coralina,
la víbora alada que vino del norte ebriedad
y vuelve de oriente hidropesía e ira
o en el escalón anterior del asomo al vértigo
donde el buitre gobierna las elipses
y el cuervo le entreteje pentagramas?

Las cruces de hierro vestidas de herejes
frente a los volcanes,
allá un puño en alto en floral de muñones
La luz dromedaria galopa su azul
sin relámpago a cuestas
Pez de árida sierra, un estertor volvía
a tus esporas nomeolvides
biombos de ángeles rajados por los pinos,
celosías de oyamel, flores pensiles:
sobre un lienzo al rojo vivo el sol se hundía

La tarde será bífida de ocasos, dos veces guiña el sol
y el gesto besa el valle de yucas en hordas
cerros adolescentes de cicatrices rituales.
Frescos allá, marejando en el barranco,
desde abajo un cieno emerge
para ver si de verdad el astro existe:
una ráfaga de cantos para ti
testigo sordo

A tumbos de barcaza en tierra llegas,
cara a cara te apersonas
frente al gusanario de las nubes más altivas
que una tarde, venablos, te zahirieran

Y mira a Roma cuando vuelvas con los ojos de otro
porque tu raza, caracol jaikuri,
ha de tañer
hasta el derrumbe
el nervio del gigante

Estás aquí donde se vuelcan las arterias minerales,
donde jamás llega la patria y reina el polvo,
donde el camino es flecha inmensa a la montaña
donde el sueño no es nada más memoria zurda,
es haz y hoz, es pausa,
es un halcón a pie que te bienviene
y aguijonea tus pupilas con las suyas:
pero aún sólo piedra ves, la malherida
que castañea rosarios diestros en un templo
Llueva sangre de biznaga en tu sonrisa
Muerte clínica al reloj: se embriague el tiempo


Pez de umbrales la mirada, apenas quiebra
desde dentro la tensión superficial, te traspasa
y la presientes, contracciona cuanto miras,
giróvago cigoto en tu elipse olor zodiaco,
en tu ruta tramontana

El arco iris bajó al río a abrevar rabia
y murió soñando agua en tumba vítrea
Un mural en el peñasco sólo visible al ciego
de mirada más de pez cetrero
contra el cuello inerte de la luna
que un apagar la luz involuntario

La cuesta se asciende como en los delirios
lo negado al tacto. Cruza,
a ser saqueado de esplendencias
y halles en la tarde portátiles eurekas,
y las noches sean de una vez gleba de gallos
que pizquen augurios bajo las piedras
húmedas del sueño y —leve savia de anémona—
tu plasma vuelta envés, limo, germine

En la piel inesperada hunde tu rostro, doble de tu otro,
caricia alfanumérica de naipes donde sus letras se hallaron,
piel más oscura que la luz de luna nueva,
calor que canta en otra lengua pero igual se hermana
con la llama de aquel cirio y la gota policroma
que bosteza en el altar de todos los insomnios:
fragua en paz la incertidumbre su murmullo

¿Qué número en la frente tendrá la latitud cuando halles esto?
¿Qué tan cerca de la Antártica o del Trópico de Cáncer?

Hayas ojeado ya el confín de la borrasca
o levites ras de tierra arando carne,
hasta el cansancio más del sur ya habrá de humear
la combustión más babelita de tu lengua,
qué laberinto es cada línea estando inmóvil

El sol ara en péndulos su parcela en vilo
Piadosa, una nube, te emboza
Avanza
Detente
avanza:
El viento enhebrará su transparencia

El tren
-cardumen de hierro
rebana como a un pan
de amaranto el milagro--,
a lo lejos pasa

Algo se esconde –un banco de serpientes
temblorosas— bajo el paño que en la postal
se llama sierra: la de metal recibe las ofrendas
y te miras ahí y no en donde angustiadas
las siluetas rotan el último epicentro
y el eco de tu voz, la otra, la diestra,
y los que te encaminen al tranvía cuando seas muerto

Hatos de besos arbolan la arena
minas que desactivan la risa de las máscaras
y ubérrima primicia el veneno emigra
a la chacra estéril de tu acequia boca:
un puente de leva a tu cónclave de tuertos.

Las bestias rumiando copal, a tu vera,
pagando tu moneda al pirul, festinado
por dos gotas de sangre alzando vuelo,
y los ojos de siempre mirándote otro

De tus resistencias la última al naufragio
bala bahía adentro
Las bestias aletean para el regreso

Detente:
embrión de hipocampo en el aire
cerviz en respeto a la flama
antes veneno
y antes palabra

Y será otra palabra:
se entreurde una pupa
y de ella le nace
un coleóptero de agua

Halla en el agua la sed, detente:
tanta inmensidad que a milagros te mira
no es matriz reciente;
ahora los viejos silentes en cada ladera
asoman el rostro y un extravío
concéntrico de humo exhalan sus labios,
reescriben su nombre y el tuyo, así el mundo
abriera un ojo nuevo, y en esta cañada
nacieras de pronto, avanza, detente,
no arribas, regresas:
el olvido hace de Itaca un circo errante

Acede la carne y se engendre
en él, fiambre, muerta
tu madre, hija tuya
y tú, lobezno,
rasga su vientre,
aspas girando:
dale la vida,
déjala, vete,
niégala y vuelve
a resucitarla

Tu piel virgen ya, no habrá espejo más
cuyo eco denuncie al aljibe de tus ojos hueco,
La bestia, el árbol, el caracol, los pájaros,
como tú heraldos, mañana esporas
absortas en vivir, bregando al cielo

A tu espalda ya no el valle, ahora los años
de sordera, de dar tumbos en las calles
y en los cuerpos, como tanto otro que ignoras,
frases aspadas despegan de tu garganta,
renglones cosidos irrigan tus manos,
frases con tacto de ave subterránea,
renglones arrugados de relámpagos:
vuelves ya de los fantasmas e irás a ellos,
volverás antes que tarde y nos diremos,
como siempre: "somos polvo y algo de alma"




jueves, 16 de abril de 2009

Periódico de ayer - Respuesta a Héctor Lavoe







Esta anotación tiene dos vertientes: la de la memoria anárquica, aquello que nos llega sin el menor sentido aparente, pero emerge de pronto sorprendiéndonos por el desorden que, se evidencia con ello, prevalece en la azotea llamada mente; algunas veces pueden ser recuerdos muy lejanos, incluso algunos de ellos dudosos al ser recordados (buena ilustración de ello en el capítulo 9 de El hombre sin atributos, t.II, "Agathe, cuando no puede hablar con Ulrich"). Otros, más cercanos, más identificables, pero con la característica de revelar de un modo modestamente epifánico algún detalle que en su momento pasó de noche.






La otra vertiente tiene que ver con la construcción de lo que llamamos nuestra historia que, como la Historia o la ficción, se conforma de elementos reales y otros imaginarios, irremediablemente; sin ella na' somos. Mi abuela me lo enseñó antes que Paul Ricoeur, un día -hace un par de años- cuando me mostraba una foto donde, afuera de la fábrica textil La Esperanza, de la colonia Anáhuac, donde trabajara más de treinta años (mi abuela, no el hermeneuta), posaban para el lente los más de ochenta obreros de aquel entonces. Tras contarme algunas anécdotas de quien pudo acordarse rompió en llanto, me pidió disculpas por lo que llamó su necedad y argumentó: "Es que me da miedo perder la memoria".






Ella misma (llamémosle Soledad), en mi infancia, cuando me obligó a leer íntegra la Biblia, tres capítulos por día, me confesó que su obsesión por la lectura venía de la época posrevolucionaria, cuando su vida era si no infeliz, sí árida, y salía a caminar las calles en busca de periódicos viejos para leer durante algunos minutos, horas si corría con suerte.






Esa es la segunda vertiente.






Sobre la primera, bajo motivo de este textejo, es haber retraídome la loca (mi mente, a quien antes llamé azotea y me es lícito llamarle, como está en desuso, maceta) una salsa que versa "¿Y para qué leer un periódico de ayer?", interpretada por Héctor Lavoe, si no me traiciona la tatema (que cuando anda de zorra le gusta que le digan psique), quien sin duda tiene mejores melodías (como se les llamaba en tiempos del OTI).







Bah.





Habiendo dicho lo anterior, preparo anforita de aluminio, raitidina, newman Wilson, Tres tristes tigres, casaca albiverde y gorra roja para irme a ver el Diablos-Monclova (o Monclova-Diablos, como técnicamente debe decirse).









Tóxico cultura



Invito a visitar este rico espacio de arte contemporáneo. Adjunto foto de un cine entrañable, ahora desaparecido (De la serie Retratos Ocultos, de Lorena Moreno), que vi en ese blog colectivo.



Disfrútenlo.

Llegamos a Alvarado cabr...

Fuimos a estudiar alvaradeño antiguo.

martes, 14 de abril de 2009

Hacer de los créditos una fiesta


Una excelente manera de concluir una gran película y de, diría yo, apuntalar una poética.

Música de Nina Simone (Sinnerman) en Inland Empire (2006) de David Lynch

Y en el último trago nos vamos






Una vez más, me veo obligado a separar la paja de la viga, el trigo del opio, la cruda de su cruda, las Sodomas de las Cafarnaúm, las piernas de alguien que no existe...



Una vez más, textos viejos en odres nuevos.





Peces de cordillera
I
Los ladridos me arrojan a una vigilia de agua al cuello. Porque mi voz comprende calla; nazca entre intersticios la palabra. El silencio aceche esta certeza de haber amanecido.
En trincheras fauce a fauce la inanición prolongaremos. Una soga al cuello basta, una hora de encierro, basta un beso del acero y que un profano incurie en un mal tono el nombre de tu pueblo. Ya se va, el andante, estás a salvo. Pero es sierra muy extensa el pensamiento y habrá entre sus poblados quien te conspire alacranes en el baúl descerrojado de la noche. Son su nombre tanta larva. Niégalo.
Apedrean de ladridos la luna; ya aprenderemos quiromancia tras el cerco, ya perderemos el aliento, ya vendrá una inundación a terminar con todos.

II
Brotan setos de los ojos cuando al sol que las carcoma
se abre el pecho de los charcos
y amniótico tirita
y sólo cuando un vientre
abrieron de salida son visibles,
y la sangre de su cárcel vuelta ríos
huye de la libertad de ser laguna
y en cascada horizontal se precipita:
El dolor que causa —dicen— en caricia se transforma
si fermenta al serenarse y en ayunas se consume.

III
Tanta crónica de rancias cacerías, de exacción de minerales,
de babeles levantadas de entre el polvo,
queda apenas la floresta en terregales derramada.
Catead templos y mercados hasta hallar al ciego aquel
—quiébrenlo a palos—
que llevara al lazarillo a la barranca
por no haberle proveído ultrasentidos

Levantisca de guijarros cada muro. Ya no importa
en qué días ande la luna: la grey pule obsidiana
en obsesiva parafilia y cualquiera sea el menguante
nuestro coraje se deshoja,
como un reloj mendiga algo de muerte,
se deshiela el silo de ámbar
con el aire del vencido cuyos puños
sólo se abren un segundo,
como explicando el verbo “despertar” con un ejemplo
y para ahorcar algo del aire que al tacto se hace arenga.

IV
No debo alimentarles más: algunas mañanas hay un olor de perros que —dicen— llevé a perder a las afueras; habrá sido, porque tras un tiempo siempre vuelven por mi casa, esté ésta donde esté, con su ballesta audible hasta los huesos a la madriguera de mis gritos hendida, cercenados de voz, no de palabras. Voy por fiambres de heliotropos para que aúllen salmos menos acerbos.

V
¿Has despertado alguna vez con un milagro recién muerto en la cabecera de tu cama?; ¿qué has hecho con el cadáver?; ¿llamas a alguna de las islas próximas para enterrarlo en el mal aliento de un “buenos días”?, ¿el olvido limpia tu casa martes y jueves y él se encarga? Digo que se deben disectar para ver en sus pulmones cúpulas altísimas como el tiempo de un niño cuando espera.

VI
Mi carne desea en secreto no morirse mientras teje. Miedosa hilandera, se hilvana alma a las sienes; pero no siempre se está para poemas orgánicos: a veces hay que meterse el alma por el culo.
Las tres palabras que digas son periscopio de lo que ya no emergerá jamás.

VII
Tienes prisa. De un libro escalas a otro como de la luz a la oscuridad del cine, exilio de silencio —ay, tan breve— que precede a la primera nota discordante. Es tu pulso un sismógrafo de cafeína que avista en tu espalda escorpiones de hielo: no conocerás al dialogante que se sienta hijo de la hija que nunca has de engendrar.

VIII
¿Qué deben de otras órbitas, calles abajo del tiempo, lebreles palpitantes por oler el miedo supurando de la mano lamestible de un condenado? ¿A quién fallaste, dios doméstico, para hallar tu ruina en el regazo que creías omnipotente? Aladas larvas, miniaturistas de sombras, mal antorcha hallaron para su aquelarre de dos puestas de sol. Hijos de mal simiente, vivirán el patinar de una daga por sus cuellos. Y tú, la mía, hora de abrir —para nunca más cerrar— los párpados, pues estarás más sola que nadie en el momento del ultraje: si reencarno o resucito para tremolar en un blasón que conserve la cabeza más tiempo que mi tiempo sea.

IX
El desvelo es niño que esculpe vórtices en un cubo de agua; sus ojos ojivas de palomas desfiguradas. Al nombrarlo me nombra, y a veces, en traje de luces reta al toro azul de su locura; de hinojos frente al toril le indulta, bajo el abucheo de una plaza vacía.

X
Tuve que cerrar los ojos al sol que venía de adentro para hallar esa nueva oscuridad bóveda hinchada, y el silencio un poco brisa ya, no sólo aire tumefacto; a mi tiniebla le habían rasgado el cielo para dejar colarse a un cielo más negro todavía. Más tarde, el horizonte retrocedió para atrapar al pie de la barda un astro albino. Lo denuncié.
Por eso me otorgaron una condecoración que era anatema en la aldea vecina; me arrojaban a la cara mariposas macho los serranos y barrían la hojarasca de párpados a tientas los de tierras bajas. En alguna besaban la mejilla del exangüe, en otra las veredas chanzaban en cantil al peregrino; tantas otras no tenían ni conciencia de su nada.
Acepté el honor de representar a quienes callaron siempre, llevaré esa afrenta con la frente en alto. Y ya sin más decreto abiertas las esclusas: quiebro la botella preñada de barco y anilina en la nuca de este barco que, rogamos, vaya hasta el confín del mundo y raje a la mitad el horizonte.

XI
Ultima en arameo de reos el conjuro que nitide tus párpados más tenues y sean urnas tus ojos, o cavernas, y atesoren la Numancia trasvasada en carne o alma. Tu mirada —manantial— se ponga cóncava, una jara de sol desgarre el biombo de agua migratoria, y sobre ti —matriz en guerra— clave su clave, te haga laguna el tiempo, y para mí —feliz ahogado— la gracia de flotar en tu agonía y dejar nacer mi muerte sobre ti, sietemesina.

XII
Fíjate bien, del horizonte es treta dividir en dos, a la callada, a quien mira y a lo que es mirado.

XIII
Como legiones de rostros han profanado un espejo
como flores deletéreas que se ofrecen a los astros
y no hay calendarios a mano para cribar sus rastrojos
y se anublen las pupilas de sudarios
y ninguna instantánea que plastifique esos ojos
así mi lengua asesina de lagos —patria insepulta—
así tu mano —¿quién eras?— descarnándose en mi pelo
es el paisaje que hablaba más verazmente en el filme
era hidra unánime que escupía besos o latigazos
Nada:
Tinta de éter
ni animal llama
Fluir de gracia imposeída
nuevamente denostada
memoria que ya no es mía
pare en su olvido deseo

XIV
Languidece el sol, equidistante de toda otra incandescencia. Su malhumor aurora este pétalo de tiempo: tantas elipses juntos cada uno por su lado, tantos silencios mutuos sin compartir mis naipes.
Tráguense gorriones mis asombros.


Fuente de imagen: elhoyofunky.wordpress.com

RSR (D.R.)

jueves, 9 de abril de 2009

Calor


Ahora el racionamiento de agua; no dejo de temer que pronto vengan los saqueos, los ajustes de cuentas, las dentelladas, hasta que el sueño de buen número de chateros anónimos y foristas que sueltan baba rabiosa a la que llama opinión vean o su sueño o su mayor temor cumplido y produzcan y se conviertan en fiambres. Y también los de buena voluntad, porque encarrerado el gato... Y mientras, los que viven de la partidocracia muertos de la risa. Ocupados en camisetas, campañas y mensajes vacíos.
Ahora pasemos a nuestra barra de ficción:

…y el miedo es una cosa tan grande como el odio.
Eduardo Lizalde

I hold with those who favor fire
Robert Frost

Sin más patria que el humor de un perro herido
las quijadas mascan pétreas carcajadas y arrumacos,
la inocencia —pese a todo— mancillada,
dibuja ahora sinfines, imposibles y degüella
las ovejas del insomnio una por una
La patria de murmullos del acodado en la cantina,
con la tez de quien descubre que su mano fue amputada
y se transforma con embrujo de una flama viendo fijo en asesino

RSR (D.R.)

miércoles, 8 de abril de 2009

Canas unigénitas




Me despertó el recuerdo de un matemático llamado Oliverio, hace algunos años muerto, amigo común a otras personas, en su momento tan cercanas, que hoy me cuesta trabajo aún comprender que estén más lejos que él, estando vivas.


Simpatizaba con su ateísmo (a veces tan transido de fanatismo que hacía desconfiar) en una tierra donde se erigían bustos por mantener una familia y se mascullaban gracias por sentirse cigoto de nuevo; le agradezco noches enteras de paciencia, me asombran aún sus puntadas como la de cocinar arroz con leche con clavo a falta de canela y la de vivir, en gran medida, de la solidaridad de sus amigos para pasarse la noche calculando eclipses y números primos bebiendo leche y panes convenientemente adquiridos cuando el sanborns los rebaja a la mitad.


Presencié su estrategia para no ser echado por el nuevo dueño del departamento cuyo cuarto de servicio él ocupaba; me consta que le decía a cualquiera lo poco que valía (lo que requiere de valor más que de sabiduría) so amenaza de que un sólo golpe descoyuntara sus flacas extremidades.


Dejamos no de frecuentarnos, pero sí de mantener una relación tersa, luego de una discusión que no recuerdo.


De larga barba blanca y cuerpo sin adarga, alguna vez -me cuentan- le ofrecieron ser modelo de Gandalf, cuando el filme tolquiano se aprestaba a arrasar taquilla y conversaciones; él, por supuesto, pensó que era cábula, sólo para darse de topes luego haciendo cuentas de las cajetillas de delicados sin filtro que hubiera comprado con tan poco esfuerzo.


De su garganta escéptica, a veces, salían certeros los versos lorquianos.


Recuerdo a Oliverio y cierro esta reflexión con un textejo mío, a otro de esos hombres que me hacen ver un poco mi futuro ficticio, que es el único que tiene uno asegurado.


I. Deja pasar al señor
Don Cruz son siete letras como clavos que sellan la tumba del hombre que responde a ese nombre y en sus letras ha vivido clavado décadas antes de mis martilleos; porque han pasado tres de mirarlo asenderear los patios distintos –uno, aquél desaparecido de moho y piedra, el actual de ladrillos precozmente envejecidos–, y detenerse en la puerta, de brazos cruzados frente a la calle, sin que de sus ojos parezca enhebrarse el trajín que mira. La esquina, la cuadra, limitado a su andar en rectángulos como en un castillo circundado por mareas de lodo, sus brazos siempre, igual, en cruz.
Digo clavos, porque fue para mí un muerto insepulto toda la vida, desde una infancia en que él era no más que un obstáculo móvil a evadir con el balón, luego una pubertad a la que no le merecía esa figura el pudor de esconder lo fumado ni arredrarme al embate de quién era ella; sólo cuando los años hicieron sepia mi entorno, plagado de rayos apenas, hallé trazos y contrastes donde percibía amasijos sin forma antes, entendí que esa permanencia era un hombre, y a pesar de su senectud inalterable, antes de yo haberlo descubierto arrastró más vida de la que yo tengo ahora, y estuvo desde siempre más que yo observado por esa muerte a la que le negaron el derecho de enamorársele e ir tras ella.
Hace poco, don Cruz dejó el silencio para un murmullo de maldiciones, se hizo notar dejando al aire su piel y negándose a ocultar las heces. Saberse en el fondo un ser potencialmente de la misma especie que el resto de nosotros, quienes apenas lo mirábamos –niños, ladrones, señoras y canarios– le sería hasta ese momento un estado transitorio, quién sabe; quizá por eso hubo de protestar. Alguien me contó su prehistoria de memoria borrada a descargas eléctricas.
Don Cruz ya no sale ahora; mis últimas visiones de él son las de un fantasma de siempre que envejeció de pronto y a quien tuve que mirar treinta años para poder escribir –clavar– su nombre –Cruz– en un papel –sudario–, a quien hoy, cuando ya he cabalgado por acantilados, he oído sirenas y un alástor se encuna en mi regazo pidiendo leche y confidencias, le reconozco un poco en el mirar un horizonte donde extravió a una amada, ya sin rostro en la memoria, y ese andar del cruzado que olvida la palabra Jerusalén en su extravío lento a Tierra Santa.


Imagen: La mujer y el pelele, de Ángel Zárraga

sábado, 4 de abril de 2009

Miniaturas




*
La llama en zozobra
es sirena
que por muda baila

*
Estero en reposo
a oscuras el cuarto
y un rostro crepita
de instantánea vida
en el cigarro:
Ahí un ángel asoma
su zalea de rata,
la anciana que no fuiste,
el gato que murió

*
Tras el monte
y por tu entrepierna
el rayo primero de la postrer mañana,
bosque liminar de tu Delhi endeliriada

*
De la balastra, azul el aire;
en el ojo de hotel la Luna suelta
y tú absorta, ojicerrada,
manos en los tobillos,
como en ella surfeando,
por su luz bella de asfixia

RSR (D.R.)

viernes, 3 de abril de 2009

Agorafobia de angora


De: Repulsión (Estados Unidos, 1965) Dir. Roman Polanski.

Esta película me impresionó en su momento, Recuerdo el detalle del manejo del tiempo mediante las raíces de los tubérculos. Inolvidable la Denueve.

Lo recuerdo, como dice Lizalde: "ahora que las abejas/ se derrumban a mi alrededor/ con el buche cargado de excremento".

jueves, 2 de abril de 2009

Collar de perlas-Santa Sangre

No hay bolero inofensivo: todos precisan de un exorcismo



(De: Santa Sangre [México, 1989] Dir. Alejandro Jodorowski)

miércoles, 1 de abril de 2009

El ser y el tiempo se van a casar...


¿Qué cambia y qué permanece de sí? Para quienes escribimos, es una pregunta inevitable al releer textos que un yo transitorio escribiera en otros años (recuerdo algún ensayo de Monterroso acerca de los viejos subrayados). Nadie escribe para sí, siempre hay un destinatario, aun psicológico, más o menos abstracto: aun el pudoroso ha de releer(se?) y, entre tanto extrañamiento, re-conocer-se. Hoy releo(me?) este texto disque erótico.



Se trata de otra historia que el vulgar miedo del que hablas
tal vez los rezos bicordes
los cuadros sacros de otros días
murmullos como bajo un bombardeo
por la mirada del santo interrumpido:
una serpiente se asomaba
¿Era eso? porque teorías de iluminados las detesto
y veo en mi cuerpo un milagro tan indigno
de respeto...
No; la ignorancia es culpable de otras cosas,
esta muerte magra es mía; si,
lo he probado en tiempo y forma,
en atajos y vías largas, sé del sabor
y el tacto, conozco ese estallido;
fiesta de bacterias donde habita lo divino,
eso lo apruebo (eres hermosa) pero allá
lejos de esta caricia que no entiendes
quizá eso fue; quedarme con la imagen
inútil y perfecta; o será
sabiduría:
saber que la recompensa castra
al anhelo del goce por sí mismo; la esperanza
es creer en lo imposible; menos que eso
...no te ofendas
soy animal ajeno a este minuto
te ofendiste; aunque en eso te equivocas
entendería sin reparo si mi sino
morder almohadas fuera, soplar nucas
no es eso y no eres tú; no es mi fe de utilería
no busco la tortura me eternice
en el libro de los muertos más ilustres
no es teoría de nada, no lo entiendo
no quiero comprenderlo ni explicarlo
ahora vete, me aguarda el precipicio
de abstractos y torcidos pensamientos,
de manos amputadas
tu dinero está en la mesa
ven mañana


Ilustración: Lorenzo Goñi

D.R. (RSR)