jueves, 21 de octubre de 2010

Poemas de Luis García Montero


Los tomo de Fin de siglo. Antología (ant. Luis Antonio de Villena, Madrid: Visor, 1992). Recién descubro a este poeta y lo comparto, así como la evocación de ese lugar majestuoso que es Granada, su tierra.



RECUERDO DE UNA TARDE DE VERANO

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozado por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos tímidos.
Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.
Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.
Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
arena humedecida entre las manos,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.
(De Diario cómplice)


CANCIÓN 19 HORAS

¿Quién habla del amor?
Yo tengo frío y quiero ser diciembre.
Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.
Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.
Hay ciudades que son fotografías
nocturnas de ciudades.
Yo quiero ser diciembre.
Para vivir al norte de un amor sucedido,
bajo el beso sin labios de hace ya mucho tiempo,
yo quiero ser diciembre.
Como el cadáver blanco de los ríos,
como los minerales del invierno,
yo quiero ser diciembre.
(De Las flores del frío)


NOCTURNO

A Ángel González
Aplauden los semáforos más libres de la noche,
mientras corren cien motos y los frenos del coche
trabajan sin enfado. Es la noche más plena.
Ninguna cosa viva merece su condena.
Corazones y lobos. De pronto se ilumina
en un sillín con prisas la línea femenina
de un muslo. Las aceras, sin discreción ninguna,
persiguen ese muslo más blanco que la luna.
Pasan mil diez parejas, derechas a la cama
para pagar el plazo de la primera llama
y firmar en las sábanas los consorcios más bellos.
Ellas van apoyadas en los hombros de ellos.
Una federación de extraños personajes,
minifaldas de cuero, chaquetas con herrajes
y el hablador sonámbulo que va consigo mismo,
la sombra solitaria volviendo del abismo.
Luces almacenadas, que brotan de los bares,
como hiedras contratan las perpendiculares
fachadas de cristal. Hay letreros que guiñan,
altavoces histéricos y cuerpos que se apiñan.
El día es impensable, no tiene voz ni voto
mientras tiemble en la calle el faro de una moto,
la carcajada blanca, los besos, la melena
que el viento negro mueve, esparce y desordena.
Yo voy pensando en ti, buscando las palabras.
Llego a tu casa, llamo, te pido que me abras.
La ciudad de las cuatro tiene pasos de alcohólica.
Desde el balcón la veo y como tú, bucólica
geometría perfecta, se desnuda conmigo.
Agradezco su vida, me acerco, te lo digo,
y abrazados seguimos cuando un alba rayada
se desploma en la espalda violeta de Granada.
(De Rimado de ciudad)


Nota: Sobre el autor.
Imagen: Tomada de este blog.

lunes, 18 de octubre de 2010

Aforismos de Fernando Curiel


En estos tiempos de mensajes menores a 140 caracteres, las manifestaciones de brevísimas piezas literarias resultan significativas porque parece que avizoran (pese a ser un género antiquísimo) el canal de comunicación y escritura contemporáneo que es Twitter (absténgase plagiarios). En esta ocasión, reproducimos algunos textos de aliento aforístico, de distintas secciones del libro Navaja (México, Premiá, 1991), una obra cuyas vertientes son el sentido del humor, la ciudad, la clase media universitaria, la música popular, además del oficio mismo de la literatura (absténganse plagiarios de tuits).


*

Libro de paso es aquel que se lee de una sola acostada.

Fe de erratas. El Apocalipsis precede al Génesis.

Libros hay que fusilan a otros.

Naturalmente que los libros malos se van al infierno.

Un fantasma recorre el comunismo: Europa.

Los últimos serán los primeros en saberlo.

La conciencia de clase termina con el año escolar.

El presente a toro pasado. Eso es la historia.

La burocracia cura la inteligencia.

Homenaje. Puta eres capaz de revivir a un muerto.

Al que no le habla Dios lo escucha perfectamente.

La pluma no mata pero transporta la flecha homicida.

Murió ciego, quiero decir, sin ver la suya.

Un aforismo saca a otro.

La razón es a la postre una fe ciega.

De mis reencarnaciones temo la anterior a la primera.

Estoy por concluir la lucha consigo mismo. De pendejo apuesto.

Trazo ambiciosos planes para el pasado.

Hacia el año nueve
aproximadamente
los desdibuja
un parecido incestuoso.

Aquel perfume que el afán de nuestros cuerpos maceraba. Floral, levemente excrementicio.

Al vestirte te despojabas, vidita mía, de tu mejor prenda.

"Detrás de todo gran hombre hay un fondillo" Li Tsu, médico.

"Un Don Juan es un alma en pene" Sigmund Freud, psicoanalista.

"El hombre es el lobo de Caperucita Roja" Walt Disney, mago.

"Lo que Prometeo quería era apagar el fuego" Ciorán, filósofo.

"El talón de Aquiles es Patroclo" Alfonso Reyes, polígrafo.


Imagen: Tomada de aquí.

Nota: Sobre el autor.

martes, 12 de octubre de 2010

Poemas de Coral Bracho




Breve y logrado este poemario (Peces de piel fugaz, México, Conaculta-Verdehalago, 2002), de donde reproduzco los tres textos.


En verdad te digo que has de resucitar un día de entre los muertos
En torno al laberinto un azufroso coro de ventanas,
bajo la sombra el viento:
     Ahí, sobre la piedra hueca,
     con las manos unidas
     y los ojos
     herméticamente abiertos hacia adentro
como el aire
cuando palpa
y se agota en oscuros tentáculos la noche
avanza,
     la torre
     tiene el color violáceo
     de cristales marinos,
   el viento
se amalgama a la roca, volcánica inercia opaca
de los muros,
     Ahí, sobre la piedra hueca,
     con las manos unidas
     y los ojos
     herméticamente abiertos, se desata la niebla que se
impregna —destilada y confusa— en el agrio sopor de
las ventanas.
   Es el olor compacto,
la densidad de llaga cuando exhala, que ha fijado tu rostro
al espeso caudal del laberinto;
     Ahí, sobre la pieda hueca,
     con las manos unidas
     y los ojos
fluyes la gaseosa sustancia del derrumbe.

   —el viento se ha encajado a la roca—

La noche inflamada se estira y convulsiona la torre,
   —la cavidad que oculta tu memoria—
porque has descendido aquí con voz de muerto,
   te han sepultado,
bendito seas
han dicho, bendito para alcanzar el reino de los cielos,
     ¿perdone, qué tan lejos de aquí?
        ¿de aquí?
olvidaron mi espejo,
        ¿su espejo?
        ¿ha olvidado su espejo?
Desnudo, sobre la piedra gris,
con las manos ungidas
        y los ojos,
hurgaste,
     desentrañando gestos y plegarias,
hasta obligar la carne a su fermento,
     Perdone
Para abordar la flama de los vientos que enroscados se
   ocultan
y te acechan aguardando tu polvo,
     —tu arrasable afinidad opaca
     con las piedras—.

          El viento, incisiva secuencia de la roca,
entra a la niebla de tu cuerpo, brota
          ¿Qué tan lejos?
¿qué tan lejos se dispersa tu boca en esta celda?
               ¿qué tan pronto se plasma?
     —olvidaron mi espejo—
Olvidaron tu rostro en el momento mismo del entierro
     —olvidaron mi espejo—
Y es así que te esparces en la creación el gas que te
   contenga,
     que diluya tu imagen,
     la prolongue
     al inasible espacio de la torre,
es ahora que creces
y tu expresión
es agua y podredumbre,
tu cadencia es el rito,
   tienes
el color de la tierra el olor ancestral
de lo que hierve por un siglo de lo que no se palpa, y se
   presagia
para nacer al cauce del silencio.
     Ahí, sobre la piedra hueca,
     con las manos unidas
     y los ojos
     herméticamente
     inciertos, cumples la sentencia que se ahonda
entre las rocas:

Y es así que llegara el momento en que la carne se adueñe
De sus cambios y haga estallar, su voz, al laberinto.

Desnudo,
Sobre la piedra gris


Tocan los vitrales ocultos
Los grillos (las termitas encubren
su discurso escarlata) cimbran por sus nombres los frutos,
los helechos. Tocan los vitrales ocultos
(las termitas recorren en silencio los ecos)
por el vaho vigilante,
la valla,
de altas noches en calma.


Piezas pequeñas
Sobre las valvas
de esta calle sedienta y aprisionada,
los enanos incrustan
pequeñas piezas de nácar.


Imagen: Vía esta página.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Treno a la mujer que se fue con el tiempo" de Josú Landa (fragmento final)



(…)

(es ser estando en el corazón del ser
más raigal que levar el alma y andar
fundirse con la voz eterna: siempre
como partícula y forma en las formas

pero es algo que no sabemos decir

es estar en el ser como no estando
palpitación ígnea en todos los cuerpos
hilván del instante con la eternidad
el germen vivo en el foco y en la sombra

pero no hay modo de poderlo decir

es ser vibrando en los linderos del ser
la rosa en sí en la palabra rosa
punto al viento pero bien firme y recio
la proa del tiempo y su fervor perenne

pero es algo que no podemos decir

es ser y ser emergiendo sin parar
es la mano   en la piedra y en la mies
y es la onda cuando monta el elemento
la savia y su lección de permanencia

y no hay palabra que lo pueda decir

es perseverar en el ser más hondo
en la vértebra misma del deseo
poder con poder de principio y llama
por siempre toda muerte trascendiendo

pero no hay verbo que lo alcance a decir)

estarás en las sonrisas que alumbró tu boca
en eso arde un símbolo y se intuye la mirada en el crepúsculo
como el oro escondido pero vivo en el brumal
cintilar de ondas por billones en el oro otro del reflejo

nada de bramar y ansiar parcas como tristes
recuerde pues el seso (ya no dormido) cuán presto vendrá el placer
más lenitivo una vez en plan de antimateria
calma o tigre   igual será la fuerza por fin cumplida del deseo

que tal cuando esplendas diosa y rayo en el solsticio
nadie ni siquiera omnipotente te asestará un juicio final
te hallaré en el aroma de las ninfas por venir
como el piélago en el cántaro endeble pero firme del silencio

será un mar de ardentía la niña en tus mil ojos
tú como piedra primera y más honda de la línea y el cimiento
la casta del óleo en el gran altar del misterio
oh fuente sin fin y embrión   así en la gleba como en la sal y nube

señoreas en el paso muelle del felino
te gesta y pare la matriz temblorosa de la ola y la corriente
así como el canto rodando de labio en labio
o los aullidos tarahumaras y la hojarasca que siempre nada

claro que tus signos abandonarán su costra
leeré tu santo y seña en la estrella y en la niebla o en el semen
y el tumulto de granos vertidos por la espiga
dirá de ti como el sol crió en los marfiles del hermano lobo

serás el seno y sino en la causa y el efecto
lloverás   nevarás y posarás como césped sobre tu polvo
desaparecerás del concepto del naufragio
sin cometer el terror de poner la llaga en la uña y en la flama

fragor (aunque discreto) en los astros y úteros
me abrazarás con la onda ecuménica de tu cuerpo nuevo y sin fin
ideal para que nada te separe de nada
absolución de la materia   inmune así a la enfermedad del tiempo

extraño ardid la muerte para innovar tu vida
te infiltrarás en el fuego de la mano y el hielo del glaciar
eso sin tocar la joya en que te convertirás
el suelo-luz que soñará el horizonte para ser horizonte

se acabó la distancia entre tu nombre y el mármol
ya eres el paraíso con su errancia y su ingenuo afeite de tiempo
de una vida sólo puede nacer otra vida
me aguardarás con labios de alba cuando me llegue la hora de partir.

Landa, Josú. (2006) Treno a la mujer que se fue con el tiempo. México: Ediciones Arlequín.


Recuerdo bien, hace unos años, cuando leí este intenso poema de largo aliento, en otra edición que la aquí citada —la cual también conservaba rasgos de imprenta que lo hacen singular, como la orientación horizontal de la página, las voces alternas entre cursivas y redondas, así como el rechazo por usar mayúsculas a inicio de versos y el evitar el encabalgamiento, el que cada versos sea una declaración en sí mismo—, me resultó conmovedora su profusa divagación sobre el ser, la eternidad, la permanencia en el tiempo y los ciclos regenerativos de la vida, a partir de la muerte dolorosa de una mujer que se percibe para la voz poética tan cercana como la madre, y la expresión del sufrimiento por esa pérdida —el treno— cataliza una disquisición más abstracta y más universal que alcanza momentos notables.

Concuerdo con las palabras de David Huerta en el epílogo (pp. 59-62) a este poema, cuando lo califica de “hondo y mutidimensional” y de que el autor ha logrado con este poema “obra grande y resistente por su nobleza y por su hermosura emocionada e inteligente”.

Imagen: "La Catrina" de José Guadalupe Posada.
Nota: Sobre el autor.


viernes, 1 de octubre de 2010

Poemas de Margarito Cuéllar


Leer de una antología personal, como esta de la que tomo los poemas (Árbol de lluvia. México: Conaculta-Instituto Cultural de Aguascalientes, 1994), permite observar lo que el poeta considera representativo de sí en sus distintos poemarios. En este contexto, resalta como hilo conductor de esta obra la intertextualidad, entendida como el diálogo con autores que se vuelven un influjo poemático; la mención en epígrafes de autores como Sabines, Pacheco, Paz, López Velarde, Cortázar y varios más son recurrentes, al grado de hacernos preguntar si no lo son de manera excesiva, pues aun en el entendido de transparentar la procedencia, el aliento y el diálogo, la “epigrafitis” connota asimismo el enarbolamiento en lábaros de autoridades para de él hacer cayado, además de que restringe la lectura a ese mismo diálogo con intertextos, sin hablar de que por momentos la influencia —a veces en forma parafrástica— es evidente y al transparentarla con una cita se soslaya la capacidad —o la posibilidad latente— del lector para descubrir la alusión intertextual. Cuéllar es un poeta conversacional y cotidiano —sobre todo en sus textos juveniles—, lo que también queda reivindicado en sus epígrafes y es una persistencia clara hacia los textos antologados de sus primeros poemarios.

En tanto que el orden de esta antología cronológico, podemos establecer una ruta de influencias, que conduce, hacia los últimos poemas, a versos más ambiciosos, yo diría que también más logrados, bajo una cita de Gilberto Owen, y en los que es posible observar las influencias referenciadas de textos anteriores de manera menos adyacente y más imbuidas en el fluir de la propia palabra del poeta. Son tales los que a continuación reproducimos.



Saga del inmigrante
Pero me romperé. Me he de romper, granada
en la que ya no caben los candentes espejos biselados,
y lo que fui de oculto y leal saldrá a los vientos...
Gilberto Owen.
LIBRO PRIMERO

1
Continúa el tren su marcha de acero inexorable/
te desconoce la ciudad, llama extranjera;
al norte está el verano y su andamiaje insomne
poblando el corazón del Valle de las Tejas
Los braseros encuentran la orilla del alcohol en el
     aciago canto de la noche.
La fogata refleja el rostro de la amada
invoca tu silbido: rufián en cuarentena;
humeante ogro que celebras tu presa con honores.

No ha llovido en San Luis, las mujeres se bañan en el
     ojo de agua
esperando el regreso de los hijos que calcinó el
     desierto.

          (“Qué temprano anochece.”)


2
          (“Qué temprano amanece.”)

Entre capullos de algodón el rocío duerme.

Un lago de cristal refleja el sol y la pizca comienza.
Dame fuerza, mi dios, para contar este naufragio.
De una tierra a otra el fuego me persigue
como se acosa al sentenciado del infierno.

Mañana será abril. “¿Nos llevarás al puerto?
coronan a la reina de la feria y hablará la jarana de don
     Licho.”

(“Aún no había escolleras. Las aguas desafiaban el color
     del petróleo.”)


3
          (“No se teñían de sangre las mascadas.”)

El baile de los peces, el salterio de los pájaros ¿en qué
     espejo se ocultan cuando arrasa el estío las hojas
     de la noche?

Nos tomamos una foto instantánea de un barco
     fantasma:
ilusión temporal, vil escenografía de mercaderes contra
     infantes.

Juntamos conchas, caracoles, dragones, hipocampos.
     (Había aguamalas al borde de la playa.)

Desarenas una estrella de mar y las tiras al aire:
¿brisa, ciclón?
Polvo blanco se hace en tu mano de estampa.
Ya nunca más el mar. Menos el fuego.


Imagen: Gilberto Owen, Julia Barella (tomada de esta página)
Nota: Sobre el autor.