jueves, 26 de noviembre de 2009

La vida nocturna en las carreteras


Nací pasada la media noche, mi primera luz fue artificial y desde entonces prefiero la vida cuando el sol ya se ocultó; por más que mis padres trataron de corregir mi vocación nictálope, siempre tiré pal monte en la hora más oscura. Por esta tendencia, siempre fui aficionado a la programación de madrugada, tanto en televisión como en radio. Recuerdo ahora las numerosas películas que vi en ciclos como Tiempo de filmoteca de la UNAM, así como en las que exhibían en Canal Once e incluso en la tele comercial, ahora en desuso gracias al imperio de los infames infomerciales.

Hace algunos años, para acompañar mis taciturnas lecturas y versos, tuve una temporada radiofónica compuesta principalmente de las selecciones, casi desprovistas de cortes comerciales, que hacen los programadores nocturnos de Radio Educación, Opus, Radio UNAM y Rock 101, sin dejar de asistir, a veces, a la programación kitsch de Radio Mil o las nostálgicas El fonógrafo, Radio 13 e incluso las campiranas para oír música ranchera.

En una de esas temporadas (laboraba yo monitoreando, seleccionando y resumiendo noticias, trabajo que me acentúo incurablemente la visión amarga sobre la política nacional), descubrí un programa con temática de traileros y otros transportistas, en la XEW, llamado Los amos del camino. Desde el principio me llamó la atención el lenguaje atestado de claves, además de parecerme una opción fresca de comunicación entre esa comunidad laboral.

Un programa útil como pocos, con reportes de accidentes, llamados a solidaridad, remembranzas de los caídos en el deber (tienen incluso una oración alusiva, entre otras), sin que faltaran las convivencias en las "cachimbas" --es decir, loncherías donde los transportistas se reúnen, en la autopista o a la salida de diversas comunidades-- e invitados de grupos en vivo.

En ese programa escuché experiencias desgarradoras, edificantes y divertidas. Me enteré de las dificultades del gremio, como la inseguridad, la corrupción y la explotación laboral. En verdad, una experiencia radiofónica sensacional. El programa aún se transmite, aunque, desafortunadamente, las últimas emisiones que he escuchado me muestran un programa descafeinado respecto a los de aquellos años, entre el 2003 y el 2006.

Hace unos días lo recordé, cuando hurgando entre viejos archivos hallé un documento en el que vertí algunas notas sobre Los amos del camino. Era de madrugada y no pude contener las carcajadas al revisitar los apodos que se ponen entre sí los camioneros.

No será la última vez, espero, que escriba al respecto; pero en esta ocasión quiero rendir un homenaje a todas esas personas que hacen moverse al mundo, al volante y por carretera, reproduciendo algunos de esos sobrenombres: unos de manera simple, otros contextualizados en algún saludo o comentario.

El Teletón
El Licho (Licho de la cabecha)
Alejandro el atravesado
El Oso porno
El Grandote de las palomitas
El Gusano estresado
El Chaca chaca
El Poca paz
El Tasajo de perro
"Un saludo al Pirujo de Sánchez de parte del Bandido a la mexicana"
El Cuello duro
La Mojarrita
Rata prieta
Pelabrujas
Pancho calmas
El Raza méndiga
El Huevotes
El Guapo siniestro
La misma Camisa
Don Amplio
Julio el migajón
El Fúnebre
Hilario el huaraches
El Recién nacido
El Pata de bolillo
El Más negro que la noche
El Panza de yegua
Rito roinoles
La Mancha voraz.
La pícara soñadora
El Huracán tierno
Lorenzo el Eterno
El Sulfúrico
El Pato vagabundo
El Garrafón
La Hernia
Pitufo soñador
El Chochos
Un saludo a Bachoco y a todas sus almorranas
La Güera grandota
El Lobo misterioso
El Chivo cromado
El Cacharpas
La Bandera china
El Salsero cimarrón
El Manos torpes
El Oaxaco lechero
El Exótico
El Mal paso
Los Perfumados (camiones ganaderos)
La Vikinga (de hombre), El Cañón (de mujer)
El Sexo
Pedro mentiras
El Semichacal
El Capítulo
Angelito negro
Chapa chapita
Chipitín
El Suaves lonjas
El Tololoche
El Chorizo 1380
El Gato seco
El Chamaco chocoso
El Raro
El Niño sapo
El Olmeca
El muerto fresco
Gaby la Canalla
La Conejilla pobre

Concluimos presentando un video alusivo que encontré en el youtube.



domingo, 22 de noviembre de 2009

Sobre "Al vuelo el espejo de un río" de Jaime Reyes

Nada más nos faltaba, a fin de atesorar la obra completa --publicada-- de Jaime Reyes, Al vuelo el espejo de un río, editado simpáticamente en un solo volumen junto con Isla de raíz amarga insomne raíz, por el Fondo de Cultura Económica, para completar la totalidad de publicaciones del poeta Reyes.

La nota es importante porque, de un par de semanas para acá (supongo que hubo algún congresosimposiumjornadasuniversitarias), Semiofagia ha recibido numerosas visitas que buscan datos sobre el autor de La oración del ogro.

Había únicamente dos ejemplares en librerías, específicamente en la "José Luis Martínez" de Guadalajara, Jalisco, de aquella editorial, y los mandé pedir ambos. Ni modo: los gané (no todo es Internet).

Pa' no ser díscolos, compartimos un par de poemas del recién adquirido volumen, por este espacio, aspirante, como Cerebro de Animaniacs, a dominar el mundo, objetivo para cuya consecución hoy hemos dado un paso más.

*
Mi lecho un armario de gramática, un cuello destrozado,
arde y desaparece, se venga con la ausencia,
mis orejas sosteniéndome a lo largo de los tragaluces
murmuran que tú eres la niña que tras la ventana
en la soledad de la tarde mira pasar conjuraciones,
inundamiento de noticias equívocas.
Pues todo está equivocado:
me arroja de todo lugar, chamaca sanada, liofilizada,
protegida de los males, falda al sol que un día creó
al día siguiente con su dolor de escuela un amor para las horas
tensas,]
exacto para la niña sanada, sombra que adelanta a sus pasos
el que la destruyera.]
Pero todo arde y a lo lleno de los subterráneos y en los gestos
y en los visajes al filo de la ventana un cuerpo
guillotinado incendia los rostros familiares,
crepitan en las varillas y en los pilotes.

*
Quisiera no
estar presente
a la hora
de mi muerte.

*
--Idénticos a vegetales
--en la oscuridad
--pudriéndose
así los héroes
como los amantes
descansan.

Nota. Aquí los enlaces a otros poemas del mismo autor, publicados por Semiofagia: Ver 1, Ver 2 y 3

miércoles, 18 de noviembre de 2009

A propósito de Concha Urquiza (o de cómo te escogen las lecturas)


Imagen. La Sulamite. Georges Drains
Tomada de esta página.


Es una experiencia común, en leyendo consuetudinariamente, que algunos autores te pasen de noche a la primera lectura, libros que te rechazan, te desdeñan o uno los subvalora; quitando aquellos que en verdad no valdrán la pena (al menos, en el ámbito del mundo particular de un lector), esas lecturas malogradas exigen de uno más vivencias, más pericia, más páginas recorridas o bien mayor perseverancia.

A algunas otras he podido acceder también y disfrutarlas en tanto obras respetables e ineludibles... Pero no me han apasionado. También se da el caso de las lecturas que creíste comprender y no hallarles mayor cosa, porque no se estaba preparado para su aparente sencillez. También están aquellas que apasionaron en la juventud y dejaron de ser relevantes conforme fue uno conociendo manjares más salvajes, refinados o duraderos al gusto.

No dudo que haya quien a los 16 años se zampó Ulysses, Poeta en Nueva York, La muerte de Virgilio o Paradiso. No es mi caso, definitivamente; numerosas lecturas me rechazaron bisoño y me adoptaron creciendo.

No hay una sola forma de encontrar todos esos vericuetos. Me inclino a pensar que los libros te encuentran.

A Concha Urquiza, notable poeta michoacana, si bien la había leído por curiosidad en la adolescencia (visitaba a unos familiares y la avenida más cercana se llamaba como ella), realmente me dejó inmotivado entonces. Sin embargo, una madrugada escuchando la radio (¿Horizonte 108? ¿Radio Educación?), pasaban unas cápsulas geniales de cinco minutos, en las que diversos escritores hablaban de literatura: Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, entre los que recuerdo.

Pero mi favorito era escuchar a Ricardo Garibay. Apasionado, enfático y claro, notable lector de poesía. A él le escuché la frase genial: "Un hombre que no lee, es apenas él mismo. Y con ello apenas es". También al autor hidalguense, en una serie donde recitaba sus poemas mexicanos favoritos, le oí "Job", de la poeta; también por él me enteré de la prematura muerte de Urquiza, en Ensenada, ocurrida, según el autor de Par de reyes y La casa que arde de noche, cuando un tiburón la devorara.

Educada en escuelas religiosas, residente por algunos años de Nueva York, militante del Partido Comunista, Concha Urquiza honra Semiofagia con algunos de sus soberbios sonetos místicos.


Mi cumbre solitaria y opulenta...

Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
que oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.

En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre tu espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.

Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;
mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.


Job

Él fue quien vino en soledad callada,
Y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.


Sulamita

Atraída al olor de tus aromas
y embriagada del vino de tus pechos,
olvidé mi ganado en los barbechos
y perdí mi canción entre, las pomas.

Como buscan volando las palomas
las corrientes mecidas en sus lechos,
por el monte de cíngulos estrechos
buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
dejando la canción abandonada,
sin guarda la manada desvalida,

desque olvidé mi amor y mi morada,
al olor de tus huertos atraída,
del vino de tus pechos embriagada.




martes, 17 de noviembre de 2009

Las víctimas del "Delete" desamparadas por el "Ctrl + G"



Hace algunas semanas, escribía versos espontáneos, pero no en papel, sino sobre la pantalla sensible de una agenda electrónica, mientras esperaba. Me había propuesto hacerlo de tal modo a fin de a) darle un uso más intensivo al artefacto, hasta ahora subutilizado, y b) para fomentar la disciplina de hacer cuanta nota fuera posible que pudiera serme útil posteriormente para ensayos, prosas y poemas.

La agenda tiene la ventaja de captar letra manuscrita y no sólo mecanográfica, por lo que es más fácil que hacer notas sobre papel en situaciones incómodas, por ejemplo en el transporte público, además de que recompone mi mala letra, con lo que salva apuntes apresurados que, haciéndolos con bolígrafo o lápiz romo, luego --en colusión con la mala memoria-- se vuelven ilegibles. Otra ventaja del artilugio es la grabadora de sonidos, lo que permitiría captar con mayor celeridad y comodidad (sólo se precisa una mano) notas fonográficas, pero ello implica decir en voz alta "desarrollar el párrafo donde K quiere asesinar a sus vecinos" o "menos pathos y más epoché al poema del surfista cósmico", lo cual puede ser vergonzoso, impertinente o incluso pedante para el eventual e involuntario público.

Días después, antes de dormir recordé algunas frases de esos versos, ciertas relaciones rítmicas, atisbé un hueco entre la línea de golpeo y abrí la agenda para continuar con mi labor; durante cerca de una hora escribí con fluidez y emocionado por los resultados inmediatos, emoción típica de quien no ha puesto tiempo de por medio entre la escritura de primera mano y la temible corrección, fase donde se da para atrás a versos ingenuos con los que se esperaba haber llegado a un pináculo que luego resulta un peñasco que obstruye y amenaza la coherencia de la totalidad.

Me levanté para tomar un respiro, el tiempo suficiente para que la pantalla de la agenda suspendiera el funcionamiento y, al volver para continuar con ese impulso creador... Las correcciones habían desaparecido.

Rabia, impotencia, notas febriles tratando de recapturar el sentido de lo escrito e irremediablemente perdido, ante mis propias narices, como quien dejó caer un cigarro sin querer sobre un bien preciado. Aunque el resultado no fue convincente, bastante se alcanzó a rescatar.

Antes tales accidentes, no queda más que la metafísica: "Por algo sucedió. Piénsalo".

No es la primera vez que tengo un accidente por el estilo. Hace varios años, en la primera computadora que tuve recién había terminado el borrador de una novela, mismo que desapareció en problema de configuración gracias a un juego infaustamente instalado. Despotriqué contra mi mala suerte, pero, independientemente del accidente no imputable a mí voluntad, la culpa terminaba por ser mía a causa de no tener el hábito de respaldar (por eso ahora los Ctrl + G son casi un tic a cada ciertos golpes del teclado). Fueron fútiles los intentos de ingenieros y programadores: mi obra no pudo rescatarse.

La amargura duró varios meses, dando paso a la resignación. Hasta que una tarde, revisando reprobatoriamente algunos borradores parciales que conservaba impresos, concluí que había sido mejor que el borrador se perdiera en los meandros cibernéticos. No valía la pena; era un texto enfermo de nacimiento y si algo valía la pena era, al cabo, el esqueleto, mismo que aún (¡por fortuna!) conservo en mi mente.

Pero así como el paso del tiempo te puede llevar del rencor al perdón o de la ingenuidad a los resentimientos epifánicos de un ayer indefenso, y gracias al reciente suceso de pérdida de datos, me pregunto si esa novela que jamás rehice no tendría valores que hoy podría aprovechar. Mas ya no hay vuelta al lamento ni al reproche (uno victimiza, el otro imputa, Ricoeur dixit), sino a una decente pena que me dibuja una mueca sardónica en la jeta de mi alma.

Si pienso, como hasta ahora lo he hecho, que sólo vale la pena perseverar en una obra con posibilidades de trascender lo meramente anecdótico, esas pérdidas no pueden sino ser señal de que la eugenesia que al autor le es dado aplicar a sus textos también se enviste de azar. Si, como ha devenido mi opinión, es preciso ser más tolerante con lo que uno escribe, aquella novela habría sido una ópera prima que me hubiera, quizá, abierto puertas.

Es cierto que nunca he sido bueno para dejar puertas abiertas --yo, pirómano de naves--, y que mi autocensura canónica raya en la extrema parquedad; pero tampoco creo que sea decente, como algún mercenario que conocí en las aulas, pretender publicar cualquier flato, amparado por la simbiosis remorosa con un autor de renombre y medios.

Una arqueóloga me aseguró alguna vez que en el futuro sería posible recuperar todos esos textos, aparentemente perdidos y que esa arqueología del porvenir sería capaz de realizar ediciones críticas a un punto hasta ahora no imaginable, de sacar a balcón aquello que los autores trataron de censurarse con un furioso Delete, de rescatar obras maestras perdidas entre los fierros prodigiosos, entre los bites y los bytes.

¿Qué perversa vanidad puede llevarte a la angustia por lo que se descubra en tu vieja computadora cuando ya seamos polvo, si acaso? Por otro lado, ¿qué caso tiene crear ficción literaria sin una mínima aspiración de trascender, así sea una modesta impronta, tras lo inevitable? ¿Qué caso escribir únicamente para ver el nombrediuno en un mediano suplemento? ¿Acumular novelitas como coitos fracasados? ¿Persistir en prosas o versos que resultan caricaturas de los anteriores de su mismo creador? ¿Quedarse vistiendo santos junto al panteón literario de su tiempo?

Todo ello me recuerda un propósito que me hice cuando comencé a escribir y que no siempre he cumplido: disfrútalo.

Como dice el clásico: The winding, my blow, is answering the friend

Ilustración. De Rosa Elena González.





martes, 10 de noviembre de 2009

Trayectos



Impronta de una muina, désas que las familias recopilan como puntos álgidos, mojoneras de historia no de tiempo: cuando dejamos de ver a esos tíos, cuando el mío se hizo diabético, cuando lo metieron al tanque por lesiones y la calle se volvio putesco y moncaleto. Estruendo previo a la diégesis, mas determinante.

La verdad del sueño se compone de tres factores: noche de autopista, ebriedad y voluntad de largarse. Esta vez no hay vértigo, dermis inhaladora de velocidad en curva; no hay persecución tampoco. Huir es ir llegando. Apenas un deslizarse para dejar pasar al loco, o para rebasar al zombi. Caracolitos, dicen los traileros a los autos.

Llegar es huir de otra manera. Ahora hay que ir a pie, perderse entre la gente y abrevar algo de su acento, no para imitarlo, sino para amasar un sincretismo que te indetermine. Tu rostro será un majestuoso indigente, tu nombre Desarraigo.

Las voces, las miradas, los corpúsculos acechan tu anonimato y te curan la cruda. Es entonces cuando aparecen los insólitos: el compañero que habías olvidado, los paisajes que sin parecer son de aquellos. Entonces entra la digresión: el auto era robado, no sabes dónde lo estacionaste. Tu enemigo te tiende la mano. Robaste el auto no de donde te fuiste, sino de adonde llegaste: desear irse te condujo a otro lado y el trayecto alergia, alucinación, ataraxia transitiva.

El auto fue hallado y el extranjero otorga su perdón por ello, pero exige de vuelta sus esencias, acaso más valiosas que el vehículo. Imposible: las devoró el olvido. Tu enemigo aboga por ti y acuerdan plazos y formas de pago. Se respira paz hostil. Eres un niño: lo prueba la textura de cuanto miras.

Las minucias relatosas te intoleran y enciendes la música. Violines arrugados, guitarras hieráticas y la voz de Pedro Infante. El aire se distensa. La canción y la voz vuelven cómplices a inconformes, acusados, árbitros y testigos.

"No lo vuelvas a hacer" te dicen al salir, y sonríes como quien sabe que su condena comienza mañana.

Algo brota de tu vientre, estorba tu andar. Son las esencias en frascos elegantes y diminutos, óleas, coloridas, líquidos botines. Ya chingamos.


Video. Mío. Entre Alvarado y Tlacotalpan.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Chica G (salsa improbable)


Porque nadie lo pidió, retrasado de Día de Muertos y sin que venga al caso, Semiofagia se complace en presentar a la Sonora Palatal interpretando uno de sus más grandes éxitos, dedicado a una sonera rusa a quien vi bailar en París (lo juro) y no a quien están pensando mis amigos imaginarios.


A

La chica G es una impúber que maquilla sus arrugas

Para no tener edad sino sonrisas

Y no suelta su vaso

Y no frena su lengua

Y si alguien no la para llega a todos los rincones

De pieles y corazones

De corazones y pieles

A

La chica G pierde el olfato por las noches

Y te seduce cada vez como a otro extraño

Tiene una historia

De pocos trazos

Muchos silencios con mohines y retazos

De amor, locura y muerte

De amor, muerte y locura

B

Es esa especie de ángeles con sexo

De las que hablaba un poeta

Tan hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena

Es esa clase de accidentes

De los que no quieres librarte

A menos que seas de los que

No comen tunas

Pa no espinarse los labios

A

Mujer que a su tocayo punto ya no busca

Dentro sino en cada uno de nosotros

Que le hemos sido

Que nos ha sido

Que ya nos fue

Y que sin ya ser seguirá estando

Aquí estará, pero sin ser

Seguirá siendo la Chica G

B

Es esa especie de ángeles con sexo

De las que hablaba el poeta

Tan hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena

Es esa clase de accidentes

De los que no quieres librarte

A menos que no comas tunas

Por no espinarte los labios

C

Y cuando un animal así

Te hace pasar en puño de horas

de cantinas sucias

a camas ebrias de sábados

Te vas hermano con ella

Aunque te espines los labios

Pregón

La Chica G, hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena


Letra. Del comité editorial Semiofagia (Ambidextros reservados)

Música. Pendiente.

Foto. Mía. Garde du Nord.

martes, 3 de noviembre de 2009

No volverás a verle. Owen y Catana.

Para cuando el olvido es lo deseable, lo inevitable o lo temible. Para cuando los kilómetros de viaje son paladas de tierra: esta gran rola de Rafael Catana, cantautor mexicano de la banda de los rupestres.





Y este poema del viajero y poeta Gilberto Owen, fragmento octavo de Sindbad el varado:

Día ocho
Llagado de su mano

La ilusión serpentina del principio
me tentaba a morderte fruto vano
en mi tortura de aprendiz de magia.

Luego, te fuiste por mis siete viajes
con una voz distinta en cada puerto
e idéntico quemarte en mi agonía.

Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu cuerpo balbucía en Morse
su respuesta al mensaje del tejado.

Y la desesperada de aquel amanecer
en el Bowery, transidos del milagro,
con nuestro amor sin casa entre la niebla.

Y la pluvial, de una mirada sola
que te palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida en carmesí lluvia de sangre.

Y la que se quedó en bajorrelieves
en la arena, en el hielo y en el aire,
su frenesí mayor sin tu presencia.

Y la que no me atrevo a recordar,
y la que me repugna recordar,
y la que ya no puedo recordar.