jueves, 15 de octubre de 2009

Erótica del anticlímax en Hojas de bambú de Efrén Rebolledo







IJaponerías!
José Juan Tablada

Introducción

A finales de 1910, Efrén Rebolledo publica dos relatos ambientados en Japón, ambos hermanados por un afán didáctico y contrastivo (oriente-occidente) y escritos en una prosa modernista, pero en Hojas de bambú —a diferencia de Nikko— también encontramos rasgos eróticos, vena en la que el autor ya había incursionado, en textos previos como El enemigo y algunos poemas sueltos, escritos antes de ingresar al Servicio Exterior Mexicano; sin embargo, entre la publicación de El enemigo y la escritura de Hojas de bambú median diez años, periodo que puede resultar decisivo para la vida de un hombre, la madurez de un artista y el destino de un país. En la narración de 1910 confluyen los cambios que Rebolledo había experimentado en ese lapso como abogado y diplomático, como escritor y amante.
La escritura del relato fue tormentosa, pues Rebolledo terminó hospitalizado en San Francisco, tras un viaje por mar con destino a México, que emprendiera de urgencia para ver a su madre enferma, lo cual no logró, sino hasta después de muerta: el poeta arribó al fin el 7 de octubre de 1910. Su viaje ya había supuesto un rompimiento con Tamako, una joven japonesa de la que el poeta se había enamorado durante su estancia en el país del sol naciente. Los tiempos históricos tampoco estaban del lado del autor: durante esos meses, México pasó de ser un país gobernado por la dictadura de Porfirio Díaz, a entrar en el periodo de la Revolución, como resultado de lo cual quedó en entredicho la posición del escritor hidalguense en tanto funcionario contratado por un estado que estaba desquebrajándose.
Además de las vicisitudes personales, nuestro acercamiento contempla aspectos como la visualidad, la femineidad y el erotismo de una obra atípica, pues, en la obra de Rebolledo, por lo general, los deseos eróticos obtienen cumplimiento, real o simbólico, de modo que la insatisfacción de Hojas de bambú resulta significativa; en un contexto más amplio, el testimonio de un viajero mexicano por tierras orientales es peculiar también en la literatura mexicana de principios del siglo XX.
Aunque esta novela corta adolece de una estructura poco rigurosa, debe abonársele, por un lado, haber sido concluida bajo condiciones adversas —lo cual la hace una de las obras más personales— y por otro el hecho de que sea más ambiciosa que otras obras del autor hidalguense, si más logradas, también más lineales. Valga nuestro acercamiento para comentar un texto hasta ahora casi desapercibido por la crítica, con lo que esperamos contribuir a la lectura de su obra y hacer una nota sobre su vida.

América a la espalda, Japón al horizonte

Abel Morán se acoda en cubierta, con la vista hacia su destino, y permanece absorto en sus recuerdos recientes; sucesivamente: su titulación como abogado, el cariño filial de su madre y hermanas, el apacible compromiso con su novia. A la antinomia visual del destino y el origen del viaje, se suma otra más sutil y a la vez más coloquial: la oposición entre estudios y vida, teoría y práctica, explicitada por el discurso de su padre, y simbolizada por el cheque “que hasta entonces sólo conocía teóricamente por sus estudios de Código de Comercio” (209) que éste le regalara, con lo que hizo posible la travesía. Si sólo conocía el documento bancario por medio de libros, los libros de Hearn, Goncourt y Loti también le habían presagiado su viaje, sin vivirlo él aún en carne propia.
Visto de otro modo: el personaje central, en el primer capítulo, mira hacia su destino de viaje, recuerda su origen y da la espalda a occidente; por ello la decepción ante el moblaje neutro de los hoteles de Tokio —ya en el segundo capítulo— y por el habla inglesa del mozo japonés. No sólo a México el personaje literalmente da la espalda, sino con ello a lo europeo que, en tanto parte de su herencia representa también lo dado: "…por las gotas de sangre española que corrían por sus venas, púrpura hirviente de Pedro de Alvarado y de Hernán Cortés, en vez de soñar con los sobados hechizos de la vieja Europa, donde se dirigen en migratoria parvada, sedienta de placer, la turba de sus compañeros".
Así, acodado el personaje principal al inicio de su periplo, nos advierte de manera simbólica no sólo de las preferencias eróticas sobre las culturas involucradas en el texto, sino que determina la perspectiva visual a que se le dará preponderancia en el decurso de la narración.

Visualidad y fetiche

Compárese la descripción del mar, en el primer capítulo, o los esbozos que hace de los personajes incidentales durante la fiesta o durante los recorridos, en el tercero, con la explosión de visualidad que representan las descripciones de cuadros y costumbres japonesas; basta una lectura somera para destacar que el preciosismo verbal de Rebolledo en el texto se centra, como un fetiche, en las japonerías. Al término fetiche podría matizarse con  filia hacia aquel país, el cual no difiere esencialmente del apego que cualquier otro escritor prodigue por otras tierras; por ello, es preciso aportar la definición de “fetichismo”:

Fétichisme: Cristallisation de la pulsion sexuelle sur un partie du corps, sur un objet, una attitude, une odeur ou une situation qui déclechent le désir. Cette perversión découle d’un réflexe d’association faussé à la base: le plaisir n’est pas lié à une personne, mais à ce qui représente cette personne.
Du portugais feitiço (poupée, maléfice) et du latin facticius (factice)…
L’Encyclopédie du Sadomasochisme (163-4)

Pero más que establecer las pulsiones subyacentes del autor y de sus personajes, nos interesa conocer las implicaciones de ello en sus textos, en este caso, el acento sobre la función representativa del fetiche. La preferencia por lo japonés comienza a vislumbrarse en el contraste entre los visitantes a la “casa de espera” y los preparativos de las oiranas, donde coloca a los turistas como bárbaros, incapaces de comprender el refinamiento sensual que hace necesarias las pausas para convertir la mera sexualidad en erotismo:

…hombres, mujeres, niños, una turba pacífica de aspecto inocente y placentero, que observaba con curiosidad los bordados y desceñidos kimonos, las caras pálidas que se movían con afectados mohines, las breves bocas teñidas con un toque de carmín en el labio inferior, como si no se tratara de infames esclavas de prostíbulo, sino de una exposición de muñecas en los iluminados escaparates de enormes jugueterías.
(216)

La profusión visual en Hojas de bambú con respecto a los motivos japoneses, se halla aparejada con un decaimiento de calidad de la prosa cuando se aparta de ellos. Por ejemplo, la “mirada sojuzgadora” de Miss Flasher, en los capítulos II y III, es tratada más desde el interior de Morán y las frases visuales acerca de ella son escasas y pálidas frente a la profusa adjetivación para sus ojos, con lo cual de la norteamericana obtenemos una imagen metonímica y estereotipada. Es significativo, por ello, que el intercambio presexual entre ellos se lleve a cabo a oscuras y que esto contraste con la indiferencia visual que ella le muestra en los últimos días de viaje por barco. La presencia o ausencia, la acuciosidad o bien la limitación de descripciones visuales, son marcas que connotan el peso erótico de cada mujer —individual o colectiva—, como abundaremos enseguida.

Femineidad

Acodado sobre cubierta, entre sus recuerdos, Abel Morán se detiene en el de su novia, quien le espera en México al volver de su viaje. De ella, a lo largo del texto, no sabremos el nombre, apenas merece una descripción física —si “linda muchacha” es tal— y aun la que de ella hace el narrador es más desde una perspectiva interior de Morán, de manera proyectiva: ella guarda “las magníficas esmeraldas de esperanza” y motiva a Abel a “arrojar al provenir ilusiones iridiscentes” que le hacen ver “cristalinos horizontes”. Es de notar que los adjetivos visuales son metafóricos, por lo que la visualidad no es propiamente tal. De la novia sabemos más tarde que, por carta “amenazábale con enojarse y decíale ingenuamente que la había olvidado por las japonesas”; tan pronto reaparece, se repite el párrafo, casi textualmente, en el que Abel proyecta lo que el recuerdo de la novia le produce. Al final, cuando ya la historia de la americana hubo terminado, junto con la llegada a Seattle, de nuevo el narrador proyecta el futuro de Abel Morán, con su novia, “que entonces sería su esposa” y quien, una vez más, sirve para expresar lo que significará para la vida del viajero… y no a la novia misma.
En contraparte, el encanto de la mujer japonesa está directamente relacionado con su indumentaria tradicional: los kimonos bordados, los abanicos; las musmés y las oyosan con su obi; las oiranas con su estudiada coquetería y las geishas con su sofisticado aspecto y su ritual preparatorio de afeites y enjuagues, son todas ellas elementos del ambiente. Tan es así este fetichismo que, en la Fiesta de los Cerezos, Morán prefiere observar a las extranjeras porque “las japonesas estaban trajeadas a la europea, moda que si va a decir verdad no cuadra a sus hechizos, porque la etiqueta no les permitía en aquella ocasión ataviarse con sus kimonos maravillosos”. Incluso, en el capítulo IV, cuando se deja entrever la consumación sexual con la geisha, pareciera que ésta se funde con su atuendo, con el ambiente y con la tradición que sus atavíos representan.
Esta identificación del encanto erótico con el atuendo se confirma cuando el texto describe a las mujeres europeas, brevemente, como “escotadas, de formas que se adivinaban al través de los vestidos ajustados, cuyas caudas ondulaban con suaves coruscamientos, destacándose entre todas por su belleza, por su cuerpo, por su maestría en bailar”. He ahí el encanto que para el personaje Abel tienen las japonerías, como un elemento que detona el deseo erótico y que sin su presencia las poseedoras pierden gran parte de su atractivo.
Miss Flasher, en principio, y a diferencia de las japonesas, mantiene su embrujo como ya apuntamos, en la “mirada de águila”, excluyendo casi el resto de su físico o personalidad, de forma fragmentaria, pero siempre queda disminuida ante los constantes adjetivos que expresan más la valoración interna que hace de ella el personaje Abel Morán y el narrador mismo. Por ejemplo, en el siguiente párrafo: “trajeada de blanco, con el regio turbante de oro de su pelo rubio, antojándosele una perfumada magnolia, figurándosele una envenenada Flor del Mal”, en el que destaca la referencia a Baudelaire, reafirmando que la formación erótica de Morán, en buena parte, viene de su hábito por la lectura. De hecho, tal parece que el narrador “impone” su propia visión a Mrs. Flasher, pues propiamente la norteamericana no seduce hombres por placer, no es cruel con sus pretendientes ni va de amante en amante despojándolos de bienes y voluntad, como parecieran querer venderla personaje y narrador. Compárese a ésta con Elena Rivas, el personaje de Salamandra, y veremos que en Hojas de bambú la adjudicación de femme fatale es fallida.
Paradójicamente, es ella al cabo el personaje mejor delineado, pues sus rasgos los obtenemos de lo que nos va dejando la imposición que el narrador hace mediante sus juicios, es decir, por connotación: una mujer dominante, independiente y directa, de linda cara —de ojos seductores—, pero que valora más de sí misma el resto de su cuerpo. Sabe lo que desea y no se detiene en obstáculos para conseguirlo; no es una cazafortunas, sino una mujer que tiene un plan, tiene con qué conseguir sus objetivos y no lo oculta. Si bien se comporta como una puritana, al no consumar el acto sexual con Morán, el motivo se debe más a “evitar la ruina” que a prejuicios morales o religiosos; podríamos aventurar que responde al arquetipo de la protestante norteamericana de principios de siglo de quien después escribirían magistralmente, entre otros, Scott Fitzgerald y John Dos Passos. Incluso resulta significativo, si tomamos "flasher" en su acepción de exhibicionista sexual, con lo que un párrafo de Barthes podría ilustrarnos sobre por qué Morán —recordemos que su conocimiento erótico es libresco— fue seducido de tal forma por la flasher Miss Flasher:

¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay "zonas erógenas" (expresión por otra parte bastante inoportuna); es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición.
(19)

De acuerdo con lo anterior, podemos leer Hojas de Bambú como un relato en el que la presencia femenina expresa la visión del autor implicado acerca de los países o regiones que reduce por metonimia cultural o geográfica en cada mujer del texto: las europeas, guapas, sociables… y lejanas, con la lejanía de lo que está dado y se pospone en aras de buscar lo desconocido; las japonesas aparecen en el texto como masa, encantadoras en cuanto se atavían con sus trajes tradicionales, pero que pierden encanto cuando de él son desprovistas: occidentalizadas, se valoran menos que las occidentales.  
La novia mexicana no es menos arquetípica: sin nombre, linda, virtuosa y sumisa, a la espera de que el varón vuelva para conformar hogar; consuelo para los amores fallidos de su prometido. De la mamá y la hermana de Abel Morán, sólo sabemos de su celebración por los triunfos del hermano (al parecer único), y pidiendo novedades del viaje a oriente para alegrarse y mirar, de alguna manera, el mundo a través de los ojos del hijo varón. Representan, en conjunto, la presencia femenina constante, la seguridad por ascendencia y por eventual descendencia.

Conclusiones

Señalábamos que Hojas de bambú participa de lo característico en Rebolledo, a la vez que de lo singular. Entre las generalidades destaca la prosa modernista, con un léxico que se adapta al exotismo del ambiente en que crea la historia, lo mismo incorporando palabras nativas japonesas, como desempolvando y haciendo brillar vocablos y usos verbales de uso poco frecuente para entonces. Cuando la pluma de Rebolledo dibuja, gana en elocuencia respecto a cuando narra, si bien este desequilibrio se diluye en narraciones posteriores como El enemigo y Salamandra, sin perder el preciosismo verbal que alcanza su cumbre en los poemas de Caro Victrix. Por su parte, Hojas de bambú se inscribe en los escritos de Rebolledo sobre Japón, el cual tiene en Nikko su antecedente en prosa más directo y en Rimas japonesas continuidad. El japonismo de Rebolledo está ligado a la escritura autobiográfica; de hecho, el relato no sólo es significativo por la crónica de viaje —al que incluso le dedica un capítulo entero, además de largos pasajes en todo el texto—, sino por la atribulada etapa personal en que fue escrito: abandonó a Tamako, la japonesa de quien se había enamorado, murió la madre del poeta y entró en conflicto laboral a causa de la caída del régimen porfirista.
Si comparamos la biografía con el texto, resalta, en principio, la vivencialidad tanto en el ambiente, como en los lugares de Japón que Rebolledo describe, sin olvidar el capítulo epistolar dirigido a Justo Sierra, prominente miembro del Ateneo de la Juventud; la misma presentación por arquetipos de la mujer, como hemos señalado, nos da una visón, si no propiamente de la vida erótica de Rebolledo, sí de las costumbres familiares mexicanas con los recursos necesarios para mandar de viaje al hijo varón tras su graduación profesional, mediante la posición de uno de esos jóvenes —fictiva, que no falsa— en un viaje poco común para un mexicano, tanto en los protocolos diplomáticos, como en la sociabilización del mismo en un ambiente cosmopolita. Incluso, la fallida adjetivación, sobre todo por parte del narrador, nos aporta resabios de la prosa realista y naturalista decimonónicas, y éstas a su vez de la idiosincrasia católica de su tiempo, país y ambiente social. Los anteriores rasgos sirven, por bien o por mal, para dar profundidad a un personaje y complejidad a la narración.
En cuanto al erotismo, llama la atención que Hojas de bambú culmine con una insatisfacción melodramática por no culminar sus escarceos sexuales con la norteamericana. Los lamentos exagerados del narrador, en contraste con la parquedad de la descripción a la novia en México, y con el pudor de cerrar un capítulo para apenas sugerir el acto erótico con una geisha, connotan la mayor pasión que le generó a Abel Morán los prodromos sexuales con Miss Flasher, lo cual nos lleva a la conclusión de que la norteamericana caló más hondo por su dominio sobre el hombre, manifiesto en dos momentos: cuando lo subyuga su mirada en la Fiesta de los Cerezos, y cuando ella refrena sus naturales impulsos en el camarote del barco. Como escribimos antes, es como si la japonesa en sí no fuera sino el vehículo para satisfacerse en el fetiche de la indumentaria y los rituales japoneses; y qué decir de la novia mexicana: hasta la prostituta japonesa tiene nombre, ésta no; el relato es parco al describirla físicamente, y más pródigo en endilgarle los lugares comunes de la futura esposa, como remanso de paz y esperanzas, lenguaje eufemístico de la estabilidad social y familiar, del bálsamo siempre sumiso y dispuesto siempre a “curar” al varón de la casa de sus fallidas conquistas.
En cambio, de Miss Flasher vamos teniendo datos ciertos que escapan a una descripción directa, mismos que al juntarlos, al cabo, obtenemos a un personaje de mayor profundidad que el resto, excepto, claro el mismo Abel Morán, a quien delatan sus monólogos interiores y la descripción del narrador omnisciente. Uno y otro, al cabo, caen presas del provincianismo que el narrador criticó de sus coetáneos mexicanos en más de un aspecto, siendo el más notorio su padecer el rechazo de la norteamericana, quien genera atracción y miedo, adoración y recelo; se le tilda de maligna y se le acusa de mercantilista, pero a la vez subyuga su dominio y su mirada firme, ante la que Morán, tras haber sido rechazado, reacciona airadamente, herido en lo hondo de su vanidad, subvirilizado — en términos de Lo Duca— al no encontrar consumación sexual, promesa incumplida de la continuidad de los cuerpos —en términos de Bataille—, que le hace ver su propia discontinuidad.
El erotismo en Hojas de bambú es de carácter oblicuo, y no porque sus pasajes propiamente sean tímidos y se pierdan entre largos párrafos discursivos o testimoniales, sino por anticlimático en distintos niveles pues aun en lo que Abel Morán logra eróticamente hay una inconclusión, lo que produce una mezcla de emociones que configura una complejidad psicológica digna de profundizarse, pues las contradicciones del texto y de los personajes nos dan, también, una significación no textual en la que elementos como la prohibición, el tabú y el choque de usos culturales hacen de esta una obra erótica de mucha relevancia, aspecto al cual los ripios y las imperfecciones, antes que afectarle —como sí lo hacen con la estructura del texto—, le aportan. Las debilidades de Hojas de bambú no empañan el atrevimiento de Rebolledo respecto de la pudibunda prosa mexicana de su tiempo; por el contrario, nos deja un testimonio de su evolución como escritor.
Efrén Rebolledo alcanza el mayor reconocimiento con sus poemas eróticos, fundamentalmente los doce que comprende Caro Victrix. Si al lector ocasional en Hojas de bambú quizá le obstaculice a su placer, en cierta medida, tanta profusión y digresiones que demeritan la fluidez de su lectura, para el estudioso de la literatura sí constituye un texto clave a fin de sumergirse en la temática, el estilo y la vida de un escritor singular y por ello indispensable en las letras mexicanas.

Bibliografía

·         Rebolledo, Efrén. Obras reunidas, México: Editorial Océano-FOECAH-Cultura Hidalgo-DGP de Conaculta, 2004.
En el "Apéndice documental" (pp. 351-420) de Obras reunidas:
·         Henríquez Ureña, Max. "Efrén Rebolledo, p. 372.
·         Montemayor, Carlos. "La poesía erótica de Efrén Rebolledo (1877-1929)", pp. 401-414.
·         Monterde, Francisco. "Efrén Rebolledo y su obra", pp. 373-374.
·         Phillips, Allen W. "La prosa artística de Efrén Rebolledo", pp. 378-398.
·         Schneider, Mario. 'Rebolledo, el decadente', p. 399.
·         Urbina, Luis G. "Esquela de luto. Efrén Rebolledo", pp. 364-366.
·         Villaurrutia, Xavier. "La poesía de Efrén Rebolledo", pp. 367-371.
Otros
·         Barthes, Roland. El placer del texto y lección inaugural (trad. Nicolás Rosa), México: Siglo XXI, 2004.
·         Bataille, Georges. El erotismo (trad. Antoni Vicens y Marie Paule Sarazin), México: Tusquets, 2003.
·         Pacheco, José Emilio (introducción, selección y notas). Antología del modernismo (1884-1921), México: UNAM-Era, pp. 290-293.
·         SM L'Encyclopèdie du Sadomasochisme. París: La Musardine, 2000.




Postre: Espléndida selección de haikús en el blog Margen del yodo.
Imagen: Axólotl tomada de aquí
Agradecimiento: a Juan Antonio Rosado.

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