jueves, 6 de agosto de 2009

De feos y exiliados I: conjuro para la victoria del Diablo en el desierto

A unas horas de comenzar en Torreón el quinto partido de la serie de playoff entre Diablos Rojos del México y Vaqueros Laguna, temo que, el domingo pasado, pasado por horas sin sueño y fanfarrias, haya sido la última oportunidad de ver béisbol en la Ciudad de México por este año, y yo que me la perdí por haberme lanzado al río. Por ello insuflo a cada párrafo el ánimo escarlata para contribuir modestamente a la victoria, ponerse con ella 2-3 y forzar así a un juego más, al menos, el sábado en el Foro Sol.
Sé que no basta con deseos en los momentos decisivos; por ello, caliento el brazo relatando un par de historias que viví o escuché (lo cual entrá en haberlo vivido) esta temporada en el parque de pelota. La primera en esta entrega; la segunda, sea cual sea el resultado de hoy, después del partido.
La primera fue durante un juego del Clásico Mundial de Béisbol, aquí en México (pubiqué por entonces esto). La tribuna, como es costumbre en estos eventos y rareza en toda la temporada, rebosaba de gente: cámaras de diversas televisoras y diversas personalidades del espectáculo y la polaca tomándose la foto. Al final del juego, cuando bajábamos las escaleras para salir del parque, encontramos a un ex jugador de futbol, dilecto nativo de mi tribu puma, repartiendo sonrisas a los aún presentes.
"Es fulanito" ilustré a mis acompañantes "el del golazo aquel". Agus, uno de ellos, versado en el bajo mundo de la noticia, completó: "y el que dijo que los del plantón estaban muy feos".
¿Para qué me lo recordó ese momento? LLegué junto al personaje y le dije: "Lástima que no traigo mi gorra de los Pumas", y el objetó, pluma en mano "pero sí la de los Diablos". Articulé una sonrisa y repetí "lástima".
Ya abajo (aprovechando que, habiendo tanta gente, podíamos comer sin que los chamacos de seguridad prepotentemente pretendan que te tragues de un bocado todo y salgas, como siempre lo hacen en juego normal a la hora que les da la gana) departíamos sobre lo acontecido. Mis amigos aseguraban que rechacé el autógrafo de uno de mis pamboleros ídolos infantiles, por aquella infame frase, frente a un plantón postelectoral, que puede ser tan criticable como para generar opiniones de toda índole, menos la bajeza racista que profirió. No lo desmentí: siempre he pensado que el racismo en México es una tara que tardaremos mucho en trascender dado que nos rehusamos a admitirlo, y sin pasar de ella estaremos atados unos de otros y tirando en dirección opuesta, esté quien esté en los cargos de tlatoanis; además, no podía hablar con siete tacos esperándome como pecados capitales.
Pero no fue por eso. No merece ese gran ex jugador quedarse en mi mente como alguien que olvida sus orígenes y su fenotipo; prefiero recordar sus grandes tardes en la cancha. Fue porque en mi gorra beisbolera quiero autógrafos beisboleros.
Y para disipar el tufo a cursileria, cito a Borges: "He aquí un rabino muerto; yo preferiría una solución puramente rabínica".

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