miércoles, 18 de noviembre de 2009

A propósito de Concha Urquiza (o de cómo te escogen las lecturas)


Imagen. La Sulamite. Georges Drains
Tomada de esta página.


Es una experiencia común, en leyendo consuetudinariamente, que algunos autores te pasen de noche a la primera lectura, libros que te rechazan, te desdeñan o uno los subvalora; quitando aquellos que en verdad no valdrán la pena (al menos, en el ámbito del mundo particular de un lector), esas lecturas malogradas exigen de uno más vivencias, más pericia, más páginas recorridas o bien mayor perseverancia.

A algunas otras he podido acceder también y disfrutarlas en tanto obras respetables e ineludibles... Pero no me han apasionado. También se da el caso de las lecturas que creíste comprender y no hallarles mayor cosa, porque no se estaba preparado para su aparente sencillez. También están aquellas que apasionaron en la juventud y dejaron de ser relevantes conforme fue uno conociendo manjares más salvajes, refinados o duraderos al gusto.

No dudo que haya quien a los 16 años se zampó Ulysses, Poeta en Nueva York, La muerte de Virgilio o Paradiso. No es mi caso, definitivamente; numerosas lecturas me rechazaron bisoño y me adoptaron creciendo.

No hay una sola forma de encontrar todos esos vericuetos. Me inclino a pensar que los libros te encuentran.

A Concha Urquiza, notable poeta michoacana, si bien la había leído por curiosidad en la adolescencia (visitaba a unos familiares y la avenida más cercana se llamaba como ella), realmente me dejó inmotivado entonces. Sin embargo, una madrugada escuchando la radio (¿Horizonte 108? ¿Radio Educación?), pasaban unas cápsulas geniales de cinco minutos, en las que diversos escritores hablaban de literatura: Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, entre los que recuerdo.

Pero mi favorito era escuchar a Ricardo Garibay. Apasionado, enfático y claro, notable lector de poesía. A él le escuché la frase genial: "Un hombre que no lee, es apenas él mismo. Y con ello apenas es". También al autor hidalguense, en una serie donde recitaba sus poemas mexicanos favoritos, le oí "Job", de la poeta; también por él me enteré de la prematura muerte de Urquiza, en Ensenada, ocurrida, según el autor de Par de reyes y La casa que arde de noche, cuando un tiburón la devorara.

Educada en escuelas religiosas, residente por algunos años de Nueva York, militante del Partido Comunista, Concha Urquiza honra Semiofagia con algunos de sus soberbios sonetos místicos.


Mi cumbre solitaria y opulenta...

Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
que oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.

En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre tu espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.

Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;
mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.


Job

Él fue quien vino en soledad callada,
Y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.


Sulamita

Atraída al olor de tus aromas
y embriagada del vino de tus pechos,
olvidé mi ganado en los barbechos
y perdí mi canción entre, las pomas.

Como buscan volando las palomas
las corrientes mecidas en sus lechos,
por el monte de cíngulos estrechos
buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
dejando la canción abandonada,
sin guarda la manada desvalida,

desque olvidé mi amor y mi morada,
al olor de tus huertos atraída,
del vino de tus pechos embriagada.




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