lunes, 30 de marzo de 2009

…sus rizomas, sus inercias…



Sí; como baladista de los ochenta, reciclo los sencillos de mis elepés, con ciertas correcciones al vuelo, que de algo hay que vivir… ya qué.






Los árboles colgados de la tierra, abismo el celeste,


la visión de un réptil guiño el mundo zurdo del ser nuevo,


la guerra en calle cancha, las dudas de todos


hechas al fin tu vaina; de la humedad en mar y vulva


el horror irrenunciable. El fascinante fuego


y la crueldad, peaje cobrado a ojos perdidos.


El hormiguero, sus rizomas, sus inercias.


Lo que pasó y la bipolaridad actual —la que cayera


hecha pedazos luego, para un tiempo del gigante solo—


la revolución y su amnesia de murales, la rabia,


motines, puño en alto, himnajos, colores.




Primeras lagunas, montañas, extintos caballos del diablo,


un beso orquideante precoz, como el juego perpetuo


de matar del gato quieto, entrenamiento militar la otra saliva


mariposas, peces, iglesias y aviones;


amigos, amantes, paisajes, madrizas.




La soledad bajo una luna obesa, el vértigo ritual


de usar la máscara y la danza, la palabra


y el puñal hechos uno en adjetivos


cuando un nombre dicho a solas es conjuro


y llega la ventisca coral, nirvana de ciertos grillos,


cuando algo hace parir mansamente instantes vírgenes




Mientras me haya vaho, abran ya el toril:


voy sobre la madre del de las mallitas rosas.




(Porque estar enamorado de las eras


es sólo una variante de la hemerografía,


nomás que más que nunca renunciando)






D.R. (RSR)

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