miércoles, 28 de abril de 2010

De café y humo

Hace más de diez años escribí este poema, de aquel tiempo cuando leía y fumaba en cafeterías cotidianamente.


En busca del murmullo sin nombre
que a siseos multiplique el silencio,
colonizo esta vitrina que me haga ilegible
con una docena de dracmas en la talega,
media cajetilla de humidades
baratas, como el tiempo alquilado por minutos,
porque el café es algo más caro:
ocho monedas, insomnio,
rebeliones úricas de rumbo a casa

El reloj corroe el empolve de las amazonas,
falsas geishas, de los uniformados de corbata,
de ellos hay que defender nuestra palabra
con dignidad aristocrática y mendiga,
como aristócrata mendigo la otra taza,
es necesaria: he de parir una maestría
del estro paria, deshojando un baúl de gestos:
el misántropo eremita, el servil, el bonachón,
el respetuoso, el una más y estallo o el silente,
a ver si relegan la alarma al vagón último
para no desperdiciar instantes ni agua

Si aun en días mejores, señorita,
de castidad acorazado el paginario
se embebe, ¿qué será, dígame usted,
si se me niega cafeína, azúcar, crema,
indiferencia? Si falla todo mantra
ante unas piernas que al marcharse
batiscafo; si un plañido a coro
rompe la ventana de donde uno estaba
agregue a eso el rechazo fraticida
de sus tres salarios mínimos y vales
aquinquenados jueces de mi saco
luido, mi costal lleno de libros,
mi rasurar poco historiado…

Así que traiga más café y evite en lo que reste
allanar mi sacerdocio
con cismáticas presiones de consumo.



RSR (D.R.)

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