sábado, 19 de diciembre de 2009

jueves, 17 de diciembre de 2009

Conjuro

Te pido una vez más el sinsentido
de salvar un puñado de instantes
por el alma enferma que cabalga
mis mientes, mis palabras.
Ahíta voz de las vaharadas
divinas, ave enhiesta,
pensil puerilmente de su rama.
Te pido ojo turgente, inmenso,
que habitas toda llama,
el gusano feraz ya presentido
que a mordiscos asesta
sueños a la montaña.
Te pido un augurio macilento,
silente pedimento de paciencia.

RSR (D.R.)

lunes, 14 de diciembre de 2009

A cat with no name




Con este poema de Jorge Luis Borges, saludo la llegada de un nuevo miembro a la selecta comuna que tengo por hogar; lo saqué del motor de un auto abandonado en el que se escondía y desde donde gritaba de hambre y terror. Luego de algunos días, se va reponiendo.



No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.

Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.

Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.


viernes, 11 de diciembre de 2009

A la salú de Lennon

Lo comentaban todos, como en canción de la Santanera. Había muerto John Lennon, el héroe de mi madre, me explicó ella; parte del mundo paría llanto, no hacía falta explicar eso. Hace 21 años de aquello.

No fue el primer disco que pedí me compraran, seguro (era Kiss el grupo de mi infancia, Beethoven también un vicio previo), pero fue especial porque lo quería como el honor hacia un muerto de quien muy poco sabía, sólo que habría de ser para mí un "vivísimo muerto", como escribió Gilberto Owen refiriéndose a Xavier Villaurrutia.

Era una ciudad diferente: en mi barrio, sin ser en absoluto un núcleo de cultura, había en varias esquinas discotecas independientes, distintas unas de otras, no como ahora que cines, tiendas de discos e incluso librerías son cadenas.

Me llevaron a comprarlo ya de noche, al mercado, oloroso a árboles de navidad, refulgente de comida, esferas y heno; atestado de familias ignorantes de que salir, 21 años después, sería un peligroso privilegio.

Era un acetato de 45 revoluciones: de un lado Imagine, del otro Just like starting over.

Como si fuera ayer, siendo otra era. Pongamos la aguja sobre el tornamesa y recordemos.






martes, 8 de diciembre de 2009

Orden de versos con poco cilantro


Lo sé, marchante, salen sin tanto conjugue
en primera persona, tal le placen,
con harta voz pasiva.
Que no haya cónyuge que no se sienta
presentida, en vez de aún ignota-
mente corneada
por palabras grasosas, verecundas

Que no le salte la salsa roja al ojo
ni temblor de labios diletante
ni hambreada juventud prófuga del rastro
con pápalo entre los caninos y molares
perturbe su meñique amanuense

Quede tranquilo, que mis tacos,
como dice su receta
no aspiran a más vida
que el drenaje
y lo que el estipendio dure
y el señor de barba indique
Su tortilla y su sal. Mi propina. Su aplauso.
Su palillo y limón pal hiede.
El que manda es usted, doctor en vísceras.
Usted tan siempre bien acompañado.

(Me gustaban más las aguerridas
perras
de cuando vendía sudados
bajo el puente)


RSR (D.R.)

jueves, 26 de noviembre de 2009

La vida nocturna en las carreteras


Nací pasada la media noche, mi primera luz fue artificial y desde entonces prefiero la vida cuando el sol ya se ocultó; por más que mis padres trataron de corregir mi vocación nictálope, siempre tiré pal monte en la hora más oscura. Por esta tendencia, siempre fui aficionado a la programación de madrugada, tanto en televisión como en radio. Recuerdo ahora las numerosas películas que vi en ciclos como Tiempo de filmoteca de la UNAM, así como en las que exhibían en Canal Once e incluso en la tele comercial, ahora en desuso gracias al imperio de los infames infomerciales.

Hace algunos años, para acompañar mis taciturnas lecturas y versos, tuve una temporada radiofónica compuesta principalmente de las selecciones, casi desprovistas de cortes comerciales, que hacen los programadores nocturnos de Radio Educación, Opus, Radio UNAM y Rock 101, sin dejar de asistir, a veces, a la programación kitsch de Radio Mil o las nostálgicas El fonógrafo, Radio 13 e incluso las campiranas para oír música ranchera.

En una de esas temporadas (laboraba yo monitoreando, seleccionando y resumiendo noticias, trabajo que me acentúo incurablemente la visión amarga sobre la política nacional), descubrí un programa con temática de traileros y otros transportistas, en la XEW, llamado Los amos del camino. Desde el principio me llamó la atención el lenguaje atestado de claves, además de parecerme una opción fresca de comunicación entre esa comunidad laboral.

Un programa útil como pocos, con reportes de accidentes, llamados a solidaridad, remembranzas de los caídos en el deber (tienen incluso una oración alusiva, entre otras), sin que faltaran las convivencias en las "cachimbas" --es decir, loncherías donde los transportistas se reúnen, en la autopista o a la salida de diversas comunidades-- e invitados de grupos en vivo.

En ese programa escuché experiencias desgarradoras, edificantes y divertidas. Me enteré de las dificultades del gremio, como la inseguridad, la corrupción y la explotación laboral. En verdad, una experiencia radiofónica sensacional. El programa aún se transmite, aunque, desafortunadamente, las últimas emisiones que he escuchado me muestran un programa descafeinado respecto a los de aquellos años, entre el 2003 y el 2006.

Hace unos días lo recordé, cuando hurgando entre viejos archivos hallé un documento en el que vertí algunas notas sobre Los amos del camino. Era de madrugada y no pude contener las carcajadas al revisitar los apodos que se ponen entre sí los camioneros.

No será la última vez, espero, que escriba al respecto; pero en esta ocasión quiero rendir un homenaje a todas esas personas que hacen moverse al mundo, al volante y por carretera, reproduciendo algunos de esos sobrenombres: unos de manera simple, otros contextualizados en algún saludo o comentario.

El Teletón
El Licho (Licho de la cabecha)
Alejandro el atravesado
El Oso porno
El Grandote de las palomitas
El Gusano estresado
El Chaca chaca
El Poca paz
El Tasajo de perro
"Un saludo al Pirujo de Sánchez de parte del Bandido a la mexicana"
El Cuello duro
La Mojarrita
Rata prieta
Pelabrujas
Pancho calmas
El Raza méndiga
El Huevotes
El Guapo siniestro
La misma Camisa
Don Amplio
Julio el migajón
El Fúnebre
Hilario el huaraches
El Recién nacido
El Pata de bolillo
El Más negro que la noche
El Panza de yegua
Rito roinoles
La Mancha voraz.
La pícara soñadora
El Huracán tierno
Lorenzo el Eterno
El Sulfúrico
El Pato vagabundo
El Garrafón
La Hernia
Pitufo soñador
El Chochos
Un saludo a Bachoco y a todas sus almorranas
La Güera grandota
El Lobo misterioso
El Chivo cromado
El Cacharpas
La Bandera china
El Salsero cimarrón
El Manos torpes
El Oaxaco lechero
El Exótico
El Mal paso
Los Perfumados (camiones ganaderos)
La Vikinga (de hombre), El Cañón (de mujer)
El Sexo
Pedro mentiras
El Semichacal
El Capítulo
Angelito negro
Chapa chapita
Chipitín
El Suaves lonjas
El Tololoche
El Chorizo 1380
El Gato seco
El Chamaco chocoso
El Raro
El Niño sapo
El Olmeca
El muerto fresco
Gaby la Canalla
La Conejilla pobre

Concluimos presentando un video alusivo que encontré en el youtube.



domingo, 22 de noviembre de 2009

Sobre "Al vuelo el espejo de un río" de Jaime Reyes

Nada más nos faltaba, a fin de atesorar la obra completa --publicada-- de Jaime Reyes, Al vuelo el espejo de un río, editado simpáticamente en un solo volumen junto con Isla de raíz amarga insomne raíz, por el Fondo de Cultura Económica, para completar la totalidad de publicaciones del poeta Reyes.

La nota es importante porque, de un par de semanas para acá (supongo que hubo algún congresosimposiumjornadasuniversitarias), Semiofagia ha recibido numerosas visitas que buscan datos sobre el autor de La oración del ogro.

Había únicamente dos ejemplares en librerías, específicamente en la "José Luis Martínez" de Guadalajara, Jalisco, de aquella editorial, y los mandé pedir ambos. Ni modo: los gané (no todo es Internet).

Pa' no ser díscolos, compartimos un par de poemas del recién adquirido volumen, por este espacio, aspirante, como Cerebro de Animaniacs, a dominar el mundo, objetivo para cuya consecución hoy hemos dado un paso más.

*
Mi lecho un armario de gramática, un cuello destrozado,
arde y desaparece, se venga con la ausencia,
mis orejas sosteniéndome a lo largo de los tragaluces
murmuran que tú eres la niña que tras la ventana
en la soledad de la tarde mira pasar conjuraciones,
inundamiento de noticias equívocas.
Pues todo está equivocado:
me arroja de todo lugar, chamaca sanada, liofilizada,
protegida de los males, falda al sol que un día creó
al día siguiente con su dolor de escuela un amor para las horas
tensas,]
exacto para la niña sanada, sombra que adelanta a sus pasos
el que la destruyera.]
Pero todo arde y a lo lleno de los subterráneos y en los gestos
y en los visajes al filo de la ventana un cuerpo
guillotinado incendia los rostros familiares,
crepitan en las varillas y en los pilotes.

*
Quisiera no
estar presente
a la hora
de mi muerte.

*
--Idénticos a vegetales
--en la oscuridad
--pudriéndose
así los héroes
como los amantes
descansan.

Nota. Aquí los enlaces a otros poemas del mismo autor, publicados por Semiofagia: Ver 1, Ver 2 y 3

miércoles, 18 de noviembre de 2009

A propósito de Concha Urquiza (o de cómo te escogen las lecturas)


Imagen. La Sulamite. Georges Drains
Tomada de esta página.


Es una experiencia común, en leyendo consuetudinariamente, que algunos autores te pasen de noche a la primera lectura, libros que te rechazan, te desdeñan o uno los subvalora; quitando aquellos que en verdad no valdrán la pena (al menos, en el ámbito del mundo particular de un lector), esas lecturas malogradas exigen de uno más vivencias, más pericia, más páginas recorridas o bien mayor perseverancia.

A algunas otras he podido acceder también y disfrutarlas en tanto obras respetables e ineludibles... Pero no me han apasionado. También se da el caso de las lecturas que creíste comprender y no hallarles mayor cosa, porque no se estaba preparado para su aparente sencillez. También están aquellas que apasionaron en la juventud y dejaron de ser relevantes conforme fue uno conociendo manjares más salvajes, refinados o duraderos al gusto.

No dudo que haya quien a los 16 años se zampó Ulysses, Poeta en Nueva York, La muerte de Virgilio o Paradiso. No es mi caso, definitivamente; numerosas lecturas me rechazaron bisoño y me adoptaron creciendo.

No hay una sola forma de encontrar todos esos vericuetos. Me inclino a pensar que los libros te encuentran.

A Concha Urquiza, notable poeta michoacana, si bien la había leído por curiosidad en la adolescencia (visitaba a unos familiares y la avenida más cercana se llamaba como ella), realmente me dejó inmotivado entonces. Sin embargo, una madrugada escuchando la radio (¿Horizonte 108? ¿Radio Educación?), pasaban unas cápsulas geniales de cinco minutos, en las que diversos escritores hablaban de literatura: Ernesto de la Peña, Eduardo Lizalde, entre los que recuerdo.

Pero mi favorito era escuchar a Ricardo Garibay. Apasionado, enfático y claro, notable lector de poesía. A él le escuché la frase genial: "Un hombre que no lee, es apenas él mismo. Y con ello apenas es". También al autor hidalguense, en una serie donde recitaba sus poemas mexicanos favoritos, le oí "Job", de la poeta; también por él me enteré de la prematura muerte de Urquiza, en Ensenada, ocurrida, según el autor de Par de reyes y La casa que arde de noche, cuando un tiburón la devorara.

Educada en escuelas religiosas, residente por algunos años de Nueva York, militante del Partido Comunista, Concha Urquiza honra Semiofagia con algunos de sus soberbios sonetos místicos.


Mi cumbre solitaria y opulenta...

Mi cumbre solitaria y opulenta
declinó hacia tu valle tenebroso,
que oro de espiga ni frescor de pozo
ni pajarera gárrula sustenta.

En tu luz gravitante y macilenta,
quebrado el equilibrio del reposo,
vago sobre tu espíritu medroso
como un jirón de bruma cenicienta.

Libre soy de tornar a mis alcores
do Eros impúber la zampoña toca
ceñido de corderos y pastores;
mas a exilio perpetuo me provoca
la chispa de tus ojos turbadores,
la roja encrespadura de tu boca.


Job

Él fue quien vino en soledad callada,
Y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.


Sulamita

Atraída al olor de tus aromas
y embriagada del vino de tus pechos,
olvidé mi ganado en los barbechos
y perdí mi canción entre, las pomas.

Como buscan volando las palomas
las corrientes mecidas en sus lechos,
por el monte de cíngulos estrechos
buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
dejando la canción abandonada,
sin guarda la manada desvalida,

desque olvidé mi amor y mi morada,
al olor de tus huertos atraída,
del vino de tus pechos embriagada.




martes, 17 de noviembre de 2009

Las víctimas del "Delete" desamparadas por el "Ctrl + G"



Hace algunas semanas, escribía versos espontáneos, pero no en papel, sino sobre la pantalla sensible de una agenda electrónica, mientras esperaba. Me había propuesto hacerlo de tal modo a fin de a) darle un uso más intensivo al artefacto, hasta ahora subutilizado, y b) para fomentar la disciplina de hacer cuanta nota fuera posible que pudiera serme útil posteriormente para ensayos, prosas y poemas.

La agenda tiene la ventaja de captar letra manuscrita y no sólo mecanográfica, por lo que es más fácil que hacer notas sobre papel en situaciones incómodas, por ejemplo en el transporte público, además de que recompone mi mala letra, con lo que salva apuntes apresurados que, haciéndolos con bolígrafo o lápiz romo, luego --en colusión con la mala memoria-- se vuelven ilegibles. Otra ventaja del artilugio es la grabadora de sonidos, lo que permitiría captar con mayor celeridad y comodidad (sólo se precisa una mano) notas fonográficas, pero ello implica decir en voz alta "desarrollar el párrafo donde K quiere asesinar a sus vecinos" o "menos pathos y más epoché al poema del surfista cósmico", lo cual puede ser vergonzoso, impertinente o incluso pedante para el eventual e involuntario público.

Días después, antes de dormir recordé algunas frases de esos versos, ciertas relaciones rítmicas, atisbé un hueco entre la línea de golpeo y abrí la agenda para continuar con mi labor; durante cerca de una hora escribí con fluidez y emocionado por los resultados inmediatos, emoción típica de quien no ha puesto tiempo de por medio entre la escritura de primera mano y la temible corrección, fase donde se da para atrás a versos ingenuos con los que se esperaba haber llegado a un pináculo que luego resulta un peñasco que obstruye y amenaza la coherencia de la totalidad.

Me levanté para tomar un respiro, el tiempo suficiente para que la pantalla de la agenda suspendiera el funcionamiento y, al volver para continuar con ese impulso creador... Las correcciones habían desaparecido.

Rabia, impotencia, notas febriles tratando de recapturar el sentido de lo escrito e irremediablemente perdido, ante mis propias narices, como quien dejó caer un cigarro sin querer sobre un bien preciado. Aunque el resultado no fue convincente, bastante se alcanzó a rescatar.

Antes tales accidentes, no queda más que la metafísica: "Por algo sucedió. Piénsalo".

No es la primera vez que tengo un accidente por el estilo. Hace varios años, en la primera computadora que tuve recién había terminado el borrador de una novela, mismo que desapareció en problema de configuración gracias a un juego infaustamente instalado. Despotriqué contra mi mala suerte, pero, independientemente del accidente no imputable a mí voluntad, la culpa terminaba por ser mía a causa de no tener el hábito de respaldar (por eso ahora los Ctrl + G son casi un tic a cada ciertos golpes del teclado). Fueron fútiles los intentos de ingenieros y programadores: mi obra no pudo rescatarse.

La amargura duró varios meses, dando paso a la resignación. Hasta que una tarde, revisando reprobatoriamente algunos borradores parciales que conservaba impresos, concluí que había sido mejor que el borrador se perdiera en los meandros cibernéticos. No valía la pena; era un texto enfermo de nacimiento y si algo valía la pena era, al cabo, el esqueleto, mismo que aún (¡por fortuna!) conservo en mi mente.

Pero así como el paso del tiempo te puede llevar del rencor al perdón o de la ingenuidad a los resentimientos epifánicos de un ayer indefenso, y gracias al reciente suceso de pérdida de datos, me pregunto si esa novela que jamás rehice no tendría valores que hoy podría aprovechar. Mas ya no hay vuelta al lamento ni al reproche (uno victimiza, el otro imputa, Ricoeur dixit), sino a una decente pena que me dibuja una mueca sardónica en la jeta de mi alma.

Si pienso, como hasta ahora lo he hecho, que sólo vale la pena perseverar en una obra con posibilidades de trascender lo meramente anecdótico, esas pérdidas no pueden sino ser señal de que la eugenesia que al autor le es dado aplicar a sus textos también se enviste de azar. Si, como ha devenido mi opinión, es preciso ser más tolerante con lo que uno escribe, aquella novela habría sido una ópera prima que me hubiera, quizá, abierto puertas.

Es cierto que nunca he sido bueno para dejar puertas abiertas --yo, pirómano de naves--, y que mi autocensura canónica raya en la extrema parquedad; pero tampoco creo que sea decente, como algún mercenario que conocí en las aulas, pretender publicar cualquier flato, amparado por la simbiosis remorosa con un autor de renombre y medios.

Una arqueóloga me aseguró alguna vez que en el futuro sería posible recuperar todos esos textos, aparentemente perdidos y que esa arqueología del porvenir sería capaz de realizar ediciones críticas a un punto hasta ahora no imaginable, de sacar a balcón aquello que los autores trataron de censurarse con un furioso Delete, de rescatar obras maestras perdidas entre los fierros prodigiosos, entre los bites y los bytes.

¿Qué perversa vanidad puede llevarte a la angustia por lo que se descubra en tu vieja computadora cuando ya seamos polvo, si acaso? Por otro lado, ¿qué caso tiene crear ficción literaria sin una mínima aspiración de trascender, así sea una modesta impronta, tras lo inevitable? ¿Qué caso escribir únicamente para ver el nombrediuno en un mediano suplemento? ¿Acumular novelitas como coitos fracasados? ¿Persistir en prosas o versos que resultan caricaturas de los anteriores de su mismo creador? ¿Quedarse vistiendo santos junto al panteón literario de su tiempo?

Todo ello me recuerda un propósito que me hice cuando comencé a escribir y que no siempre he cumplido: disfrútalo.

Como dice el clásico: The winding, my blow, is answering the friend

Ilustración. De Rosa Elena González.





martes, 10 de noviembre de 2009

Trayectos



Impronta de una muina, désas que las familias recopilan como puntos álgidos, mojoneras de historia no de tiempo: cuando dejamos de ver a esos tíos, cuando el mío se hizo diabético, cuando lo metieron al tanque por lesiones y la calle se volvio putesco y moncaleto. Estruendo previo a la diégesis, mas determinante.

La verdad del sueño se compone de tres factores: noche de autopista, ebriedad y voluntad de largarse. Esta vez no hay vértigo, dermis inhaladora de velocidad en curva; no hay persecución tampoco. Huir es ir llegando. Apenas un deslizarse para dejar pasar al loco, o para rebasar al zombi. Caracolitos, dicen los traileros a los autos.

Llegar es huir de otra manera. Ahora hay que ir a pie, perderse entre la gente y abrevar algo de su acento, no para imitarlo, sino para amasar un sincretismo que te indetermine. Tu rostro será un majestuoso indigente, tu nombre Desarraigo.

Las voces, las miradas, los corpúsculos acechan tu anonimato y te curan la cruda. Es entonces cuando aparecen los insólitos: el compañero que habías olvidado, los paisajes que sin parecer son de aquellos. Entonces entra la digresión: el auto era robado, no sabes dónde lo estacionaste. Tu enemigo te tiende la mano. Robaste el auto no de donde te fuiste, sino de adonde llegaste: desear irse te condujo a otro lado y el trayecto alergia, alucinación, ataraxia transitiva.

El auto fue hallado y el extranjero otorga su perdón por ello, pero exige de vuelta sus esencias, acaso más valiosas que el vehículo. Imposible: las devoró el olvido. Tu enemigo aboga por ti y acuerdan plazos y formas de pago. Se respira paz hostil. Eres un niño: lo prueba la textura de cuanto miras.

Las minucias relatosas te intoleran y enciendes la música. Violines arrugados, guitarras hieráticas y la voz de Pedro Infante. El aire se distensa. La canción y la voz vuelven cómplices a inconformes, acusados, árbitros y testigos.

"No lo vuelvas a hacer" te dicen al salir, y sonríes como quien sabe que su condena comienza mañana.

Algo brota de tu vientre, estorba tu andar. Son las esencias en frascos elegantes y diminutos, óleas, coloridas, líquidos botines. Ya chingamos.


Video. Mío. Entre Alvarado y Tlacotalpan.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Chica G (salsa improbable)


Porque nadie lo pidió, retrasado de Día de Muertos y sin que venga al caso, Semiofagia se complace en presentar a la Sonora Palatal interpretando uno de sus más grandes éxitos, dedicado a una sonera rusa a quien vi bailar en París (lo juro) y no a quien están pensando mis amigos imaginarios.


A

La chica G es una impúber que maquilla sus arrugas

Para no tener edad sino sonrisas

Y no suelta su vaso

Y no frena su lengua

Y si alguien no la para llega a todos los rincones

De pieles y corazones

De corazones y pieles

A

La chica G pierde el olfato por las noches

Y te seduce cada vez como a otro extraño

Tiene una historia

De pocos trazos

Muchos silencios con mohines y retazos

De amor, locura y muerte

De amor, muerte y locura

B

Es esa especie de ángeles con sexo

De las que hablaba un poeta

Tan hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena

Es esa clase de accidentes

De los que no quieres librarte

A menos que seas de los que

No comen tunas

Pa no espinarse los labios

A

Mujer que a su tocayo punto ya no busca

Dentro sino en cada uno de nosotros

Que le hemos sido

Que nos ha sido

Que ya nos fue

Y que sin ya ser seguirá estando

Aquí estará, pero sin ser

Seguirá siendo la Chica G

B

Es esa especie de ángeles con sexo

De las que hablaba el poeta

Tan hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena

Es esa clase de accidentes

De los que no quieres librarte

A menos que no comas tunas

Por no espinarte los labios

C

Y cuando un animal así

Te hace pasar en puño de horas

de cantinas sucias

a camas ebrias de sábados

Te vas hermano con ella

Aunque te espines los labios

Pregón

La Chica G, hermosa como el diablo

Como el paraíso ajena


Letra. Del comité editorial Semiofagia (Ambidextros reservados)

Música. Pendiente.

Foto. Mía. Garde du Nord.

martes, 3 de noviembre de 2009

No volverás a verle. Owen y Catana.

Para cuando el olvido es lo deseable, lo inevitable o lo temible. Para cuando los kilómetros de viaje son paladas de tierra: esta gran rola de Rafael Catana, cantautor mexicano de la banda de los rupestres.





Y este poema del viajero y poeta Gilberto Owen, fragmento octavo de Sindbad el varado:

Día ocho
Llagado de su mano

La ilusión serpentina del principio
me tentaba a morderte fruto vano
en mi tortura de aprendiz de magia.

Luego, te fuiste por mis siete viajes
con una voz distinta en cada puerto
e idéntico quemarte en mi agonía.

Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu cuerpo balbucía en Morse
su respuesta al mensaje del tejado.

Y la desesperada de aquel amanecer
en el Bowery, transidos del milagro,
con nuestro amor sin casa entre la niebla.

Y la pluvial, de una mirada sola
que te palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida en carmesí lluvia de sangre.

Y la que se quedó en bajorrelieves
en la arena, en el hielo y en el aire,
su frenesí mayor sin tu presencia.

Y la que no me atrevo a recordar,
y la que me repugna recordar,
y la que ya no puedo recordar.


jueves, 29 de octubre de 2009

Tango chilango




Una manera de mentarle la madre a las epidemias que azotan mi tierra: la ignorancia, la rapiña, la mentira, la publicidad pública, la violencia, la influenza, el mal paso de los Pumas, el mundo de caramelo y la huaracha sabrosona.

Que el carajo nos lleve cantando. Viva el ocio, muera el bananismo.

Así que, levanto la mirada 45° a la izquierda, 45° hacia arriba, entre el bandoneón y esa voz engolada de mi cabeza que se aprovecha de que las demás están dormidas:

A

Luna cae, Sol que ya nace,

Va la gente a su faena

Y yo en mirada arenosa amanezco a la ciudad

De pensar en la chavala

Que abandonara mi techo

Dejo que los días escurran

Y hago de casa prisión

B

Ya mi lecho es una tumba

Donde descansa el vampiro

En que el hombre ha devenido

Que a mi nombre respondía

Muera nonato este día

Camposanto es mi jardín

C

Hoy son silabas vacías

Ayer su nombre fue carne

Mi mano encuentra sudarios

Donde su encaje yacía

Yo me trataba de amigo

Y el espejo no decía:

"Pase usted, tenga buen día:

cierre la puerta al salir"

Hoy salgo sin hacer ruido

Pa no dar algún motivo

Al que sin tenerte pierde

La decencia de existir

A2

Abro los ojos ya es noche

Vuelve a sus casas la gente

Y con los ojos vidriosos sobrevivo en altamar

Donde divago y navego

Mientras en tibias lagunas

La chavala atraca en muelle

Para dormir su impiedad

B

Ya mi casa es el desierto

Donde vaga el eremita

En que a fuerza ha devenido

Un hombre que fue antes yo

Se desequen las lagunas

Un vidrio ya se quebró

C

Hoy son silabas vacías

Ayer su nombre fue carne

Mi mano encuentra sudarios

Donde su encaje yacía

Yo me trataba de amigo

Y el espejo no mofaba:

"Pase usted, tenga buen día:

cierre la puerta al salir"

Hoy salgo sin hacer ruido

Pa no provocar de más

Al que sin tenerte pierde

La decencia de existir


Foto. Mía. Refugio de indigentes en un predio jamás reconstruido de la Colonia Roma, Ciudad de México. Llamémosle Detrás del bulevar.



lunes, 26 de octubre de 2009

Quebrando siglos: Asunción Silva y Manuel J. Othón



Cuando desfallece la primera década del segundo siglo a partir del nacimiento del poeta que inventó nuestro calendario, recuerdo: Llegar al 2000, la bomba nuclear y los extraterrestres fueron, entre otras ideas, mojoneras de la conciencia colectiva que recuerdo de mi infancia.

En esta entrega quiero acotar sobre esa primera obsesión que me hacía concebir la prisa (y la prosa) por crecer (oh maldición) para saber qué se sentiría cruzar esa línea arbitraria que aboliría los novecientosytantos.

Durante los años 90 la cuenta regresiva, con sus profecías milenaristas, apocalípticas y cibernéticas fue una pátina ineludible. Sin embargo, al llegar al filo del 2000 (yo, radical partidario del 2001 como verdadero fin de siglo), me encontré solo por voluntad propia, hastiado de esperar un sinsentido y decidí festejar la llegada de esas 00:00 hrs de la mejor manera: leyendo El Quijote y escuchando la pirotecnia a lo lejos.

Ahora que nos debatimos entre el Bicentenario y la sobrevivencia, recuerdo alguna idea (juro que no recuerdo de dónde) algo inexacta, pero que sirve para ilustrar la asincronía entre historia y calendario: "El siglo XX comenzó en Sarajevo y terminó en Sarajevo". Como es una tradición en Semiofagia, conjuro a que el siglo XXI no comience en México.

Y como voces invitadas, dos almas decimonónicas: uno de ellos, el colombiano José Asunción Silva, no alcanzó a llegar al 1900; el otro, el mexicano Manuel J. Othón, no llegó al estallido oficial de la Revolución. Considerados poetas modernistas, hoy honran este mitin yermo con sendos poemas.

EL PACIENTE:

Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo... el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano... un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis...

EL MÉDICO:

-Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo; báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre...!

El mal del siglo
José Asunción Silva

Mira el paisaje: inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba:
en el hondo perfil, la sierra altiva
al pie minada por horrendo tajo.

Bloques gigantes que arrancó de cuajo
el terremoto, de la roca viva;
y en aquella sabana pensativa
y adusta, ni una senda, ni un atajo.

Asoladora atmósfera candente,
do se incrustan las águilas serenas,
como clavos que se hunden lentamente.

Silencio, lobreguez, pavor tremendos
que viene sólo a interrumpir apenas
el galope triunfal de los berrendos.

Poema II, fragmento de En el desierto. Idilio salvaje
Manuel José Othón



Foto. Mía, de una serie que llamo Escenas de agorafobia.

Postre. Y recomendación: de nuevo, que escuchen Rec: un podcast de música y cultura popular. Los remito a su blog.




miércoles, 21 de octubre de 2009

Los gatos, los finales y los fines

Una buena rola de un cantautor mexicano contemporáneo. Salud por las despedidas, salud por las muertes pequeñas que hacen seguir vivo y le dan sabor al caldo.



Y para no quedarnos picados, la voz de Armando Rosas con una rola cumbre de Rockdrigo.



Dedicado al amigo que me robó Hurbanistorias, me lo dijo y le dio buen uso.

jueves, 15 de octubre de 2009

Erótica del anticlímax en Hojas de bambú de Efrén Rebolledo







IJaponerías!
José Juan Tablada

Introducción

A finales de 1910, Efrén Rebolledo publica dos relatos ambientados en Japón, ambos hermanados por un afán didáctico y contrastivo (oriente-occidente) y escritos en una prosa modernista, pero en Hojas de bambú —a diferencia de Nikko— también encontramos rasgos eróticos, vena en la que el autor ya había incursionado, en textos previos como El enemigo y algunos poemas sueltos, escritos antes de ingresar al Servicio Exterior Mexicano; sin embargo, entre la publicación de El enemigo y la escritura de Hojas de bambú median diez años, periodo que puede resultar decisivo para la vida de un hombre, la madurez de un artista y el destino de un país. En la narración de 1910 confluyen los cambios que Rebolledo había experimentado en ese lapso como abogado y diplomático, como escritor y amante.
La escritura del relato fue tormentosa, pues Rebolledo terminó hospitalizado en San Francisco, tras un viaje por mar con destino a México, que emprendiera de urgencia para ver a su madre enferma, lo cual no logró, sino hasta después de muerta: el poeta arribó al fin el 7 de octubre de 1910. Su viaje ya había supuesto un rompimiento con Tamako, una joven japonesa de la que el poeta se había enamorado durante su estancia en el país del sol naciente. Los tiempos históricos tampoco estaban del lado del autor: durante esos meses, México pasó de ser un país gobernado por la dictadura de Porfirio Díaz, a entrar en el periodo de la Revolución, como resultado de lo cual quedó en entredicho la posición del escritor hidalguense en tanto funcionario contratado por un estado que estaba desquebrajándose.
Además de las vicisitudes personales, nuestro acercamiento contempla aspectos como la visualidad, la femineidad y el erotismo de una obra atípica, pues, en la obra de Rebolledo, por lo general, los deseos eróticos obtienen cumplimiento, real o simbólico, de modo que la insatisfacción de Hojas de bambú resulta significativa; en un contexto más amplio, el testimonio de un viajero mexicano por tierras orientales es peculiar también en la literatura mexicana de principios del siglo XX.
Aunque esta novela corta adolece de una estructura poco rigurosa, debe abonársele, por un lado, haber sido concluida bajo condiciones adversas —lo cual la hace una de las obras más personales— y por otro el hecho de que sea más ambiciosa que otras obras del autor hidalguense, si más logradas, también más lineales. Valga nuestro acercamiento para comentar un texto hasta ahora casi desapercibido por la crítica, con lo que esperamos contribuir a la lectura de su obra y hacer una nota sobre su vida.

América a la espalda, Japón al horizonte

Abel Morán se acoda en cubierta, con la vista hacia su destino, y permanece absorto en sus recuerdos recientes; sucesivamente: su titulación como abogado, el cariño filial de su madre y hermanas, el apacible compromiso con su novia. A la antinomia visual del destino y el origen del viaje, se suma otra más sutil y a la vez más coloquial: la oposición entre estudios y vida, teoría y práctica, explicitada por el discurso de su padre, y simbolizada por el cheque “que hasta entonces sólo conocía teóricamente por sus estudios de Código de Comercio” (209) que éste le regalara, con lo que hizo posible la travesía. Si sólo conocía el documento bancario por medio de libros, los libros de Hearn, Goncourt y Loti también le habían presagiado su viaje, sin vivirlo él aún en carne propia.
Visto de otro modo: el personaje central, en el primer capítulo, mira hacia su destino de viaje, recuerda su origen y da la espalda a occidente; por ello la decepción ante el moblaje neutro de los hoteles de Tokio —ya en el segundo capítulo— y por el habla inglesa del mozo japonés. No sólo a México el personaje literalmente da la espalda, sino con ello a lo europeo que, en tanto parte de su herencia representa también lo dado: "…por las gotas de sangre española que corrían por sus venas, púrpura hirviente de Pedro de Alvarado y de Hernán Cortés, en vez de soñar con los sobados hechizos de la vieja Europa, donde se dirigen en migratoria parvada, sedienta de placer, la turba de sus compañeros".
Así, acodado el personaje principal al inicio de su periplo, nos advierte de manera simbólica no sólo de las preferencias eróticas sobre las culturas involucradas en el texto, sino que determina la perspectiva visual a que se le dará preponderancia en el decurso de la narración.

Visualidad y fetiche

Compárese la descripción del mar, en el primer capítulo, o los esbozos que hace de los personajes incidentales durante la fiesta o durante los recorridos, en el tercero, con la explosión de visualidad que representan las descripciones de cuadros y costumbres japonesas; basta una lectura somera para destacar que el preciosismo verbal de Rebolledo en el texto se centra, como un fetiche, en las japonerías. Al término fetiche podría matizarse con  filia hacia aquel país, el cual no difiere esencialmente del apego que cualquier otro escritor prodigue por otras tierras; por ello, es preciso aportar la definición de “fetichismo”:

Fétichisme: Cristallisation de la pulsion sexuelle sur un partie du corps, sur un objet, una attitude, une odeur ou une situation qui déclechent le désir. Cette perversión découle d’un réflexe d’association faussé à la base: le plaisir n’est pas lié à une personne, mais à ce qui représente cette personne.
Du portugais feitiço (poupée, maléfice) et du latin facticius (factice)…
L’Encyclopédie du Sadomasochisme (163-4)

Pero más que establecer las pulsiones subyacentes del autor y de sus personajes, nos interesa conocer las implicaciones de ello en sus textos, en este caso, el acento sobre la función representativa del fetiche. La preferencia por lo japonés comienza a vislumbrarse en el contraste entre los visitantes a la “casa de espera” y los preparativos de las oiranas, donde coloca a los turistas como bárbaros, incapaces de comprender el refinamiento sensual que hace necesarias las pausas para convertir la mera sexualidad en erotismo:

…hombres, mujeres, niños, una turba pacífica de aspecto inocente y placentero, que observaba con curiosidad los bordados y desceñidos kimonos, las caras pálidas que se movían con afectados mohines, las breves bocas teñidas con un toque de carmín en el labio inferior, como si no se tratara de infames esclavas de prostíbulo, sino de una exposición de muñecas en los iluminados escaparates de enormes jugueterías.
(216)

La profusión visual en Hojas de bambú con respecto a los motivos japoneses, se halla aparejada con un decaimiento de calidad de la prosa cuando se aparta de ellos. Por ejemplo, la “mirada sojuzgadora” de Miss Flasher, en los capítulos II y III, es tratada más desde el interior de Morán y las frases visuales acerca de ella son escasas y pálidas frente a la profusa adjetivación para sus ojos, con lo cual de la norteamericana obtenemos una imagen metonímica y estereotipada. Es significativo, por ello, que el intercambio presexual entre ellos se lleve a cabo a oscuras y que esto contraste con la indiferencia visual que ella le muestra en los últimos días de viaje por barco. La presencia o ausencia, la acuciosidad o bien la limitación de descripciones visuales, son marcas que connotan el peso erótico de cada mujer —individual o colectiva—, como abundaremos enseguida.

Femineidad

Acodado sobre cubierta, entre sus recuerdos, Abel Morán se detiene en el de su novia, quien le espera en México al volver de su viaje. De ella, a lo largo del texto, no sabremos el nombre, apenas merece una descripción física —si “linda muchacha” es tal— y aun la que de ella hace el narrador es más desde una perspectiva interior de Morán, de manera proyectiva: ella guarda “las magníficas esmeraldas de esperanza” y motiva a Abel a “arrojar al provenir ilusiones iridiscentes” que le hacen ver “cristalinos horizontes”. Es de notar que los adjetivos visuales son metafóricos, por lo que la visualidad no es propiamente tal. De la novia sabemos más tarde que, por carta “amenazábale con enojarse y decíale ingenuamente que la había olvidado por las japonesas”; tan pronto reaparece, se repite el párrafo, casi textualmente, en el que Abel proyecta lo que el recuerdo de la novia le produce. Al final, cuando ya la historia de la americana hubo terminado, junto con la llegada a Seattle, de nuevo el narrador proyecta el futuro de Abel Morán, con su novia, “que entonces sería su esposa” y quien, una vez más, sirve para expresar lo que significará para la vida del viajero… y no a la novia misma.
En contraparte, el encanto de la mujer japonesa está directamente relacionado con su indumentaria tradicional: los kimonos bordados, los abanicos; las musmés y las oyosan con su obi; las oiranas con su estudiada coquetería y las geishas con su sofisticado aspecto y su ritual preparatorio de afeites y enjuagues, son todas ellas elementos del ambiente. Tan es así este fetichismo que, en la Fiesta de los Cerezos, Morán prefiere observar a las extranjeras porque “las japonesas estaban trajeadas a la europea, moda que si va a decir verdad no cuadra a sus hechizos, porque la etiqueta no les permitía en aquella ocasión ataviarse con sus kimonos maravillosos”. Incluso, en el capítulo IV, cuando se deja entrever la consumación sexual con la geisha, pareciera que ésta se funde con su atuendo, con el ambiente y con la tradición que sus atavíos representan.
Esta identificación del encanto erótico con el atuendo se confirma cuando el texto describe a las mujeres europeas, brevemente, como “escotadas, de formas que se adivinaban al través de los vestidos ajustados, cuyas caudas ondulaban con suaves coruscamientos, destacándose entre todas por su belleza, por su cuerpo, por su maestría en bailar”. He ahí el encanto que para el personaje Abel tienen las japonerías, como un elemento que detona el deseo erótico y que sin su presencia las poseedoras pierden gran parte de su atractivo.
Miss Flasher, en principio, y a diferencia de las japonesas, mantiene su embrujo como ya apuntamos, en la “mirada de águila”, excluyendo casi el resto de su físico o personalidad, de forma fragmentaria, pero siempre queda disminuida ante los constantes adjetivos que expresan más la valoración interna que hace de ella el personaje Abel Morán y el narrador mismo. Por ejemplo, en el siguiente párrafo: “trajeada de blanco, con el regio turbante de oro de su pelo rubio, antojándosele una perfumada magnolia, figurándosele una envenenada Flor del Mal”, en el que destaca la referencia a Baudelaire, reafirmando que la formación erótica de Morán, en buena parte, viene de su hábito por la lectura. De hecho, tal parece que el narrador “impone” su propia visión a Mrs. Flasher, pues propiamente la norteamericana no seduce hombres por placer, no es cruel con sus pretendientes ni va de amante en amante despojándolos de bienes y voluntad, como parecieran querer venderla personaje y narrador. Compárese a ésta con Elena Rivas, el personaje de Salamandra, y veremos que en Hojas de bambú la adjudicación de femme fatale es fallida.
Paradójicamente, es ella al cabo el personaje mejor delineado, pues sus rasgos los obtenemos de lo que nos va dejando la imposición que el narrador hace mediante sus juicios, es decir, por connotación: una mujer dominante, independiente y directa, de linda cara —de ojos seductores—, pero que valora más de sí misma el resto de su cuerpo. Sabe lo que desea y no se detiene en obstáculos para conseguirlo; no es una cazafortunas, sino una mujer que tiene un plan, tiene con qué conseguir sus objetivos y no lo oculta. Si bien se comporta como una puritana, al no consumar el acto sexual con Morán, el motivo se debe más a “evitar la ruina” que a prejuicios morales o religiosos; podríamos aventurar que responde al arquetipo de la protestante norteamericana de principios de siglo de quien después escribirían magistralmente, entre otros, Scott Fitzgerald y John Dos Passos. Incluso resulta significativo, si tomamos "flasher" en su acepción de exhibicionista sexual, con lo que un párrafo de Barthes podría ilustrarnos sobre por qué Morán —recordemos que su conocimiento erótico es libresco— fue seducido de tal forma por la flasher Miss Flasher:

¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay "zonas erógenas" (expresión por otra parte bastante inoportuna); es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición.
(19)

De acuerdo con lo anterior, podemos leer Hojas de Bambú como un relato en el que la presencia femenina expresa la visión del autor implicado acerca de los países o regiones que reduce por metonimia cultural o geográfica en cada mujer del texto: las europeas, guapas, sociables… y lejanas, con la lejanía de lo que está dado y se pospone en aras de buscar lo desconocido; las japonesas aparecen en el texto como masa, encantadoras en cuanto se atavían con sus trajes tradicionales, pero que pierden encanto cuando de él son desprovistas: occidentalizadas, se valoran menos que las occidentales.  
La novia mexicana no es menos arquetípica: sin nombre, linda, virtuosa y sumisa, a la espera de que el varón vuelva para conformar hogar; consuelo para los amores fallidos de su prometido. De la mamá y la hermana de Abel Morán, sólo sabemos de su celebración por los triunfos del hermano (al parecer único), y pidiendo novedades del viaje a oriente para alegrarse y mirar, de alguna manera, el mundo a través de los ojos del hijo varón. Representan, en conjunto, la presencia femenina constante, la seguridad por ascendencia y por eventual descendencia.

Conclusiones

Señalábamos que Hojas de bambú participa de lo característico en Rebolledo, a la vez que de lo singular. Entre las generalidades destaca la prosa modernista, con un léxico que se adapta al exotismo del ambiente en que crea la historia, lo mismo incorporando palabras nativas japonesas, como desempolvando y haciendo brillar vocablos y usos verbales de uso poco frecuente para entonces. Cuando la pluma de Rebolledo dibuja, gana en elocuencia respecto a cuando narra, si bien este desequilibrio se diluye en narraciones posteriores como El enemigo y Salamandra, sin perder el preciosismo verbal que alcanza su cumbre en los poemas de Caro Victrix. Por su parte, Hojas de bambú se inscribe en los escritos de Rebolledo sobre Japón, el cual tiene en Nikko su antecedente en prosa más directo y en Rimas japonesas continuidad. El japonismo de Rebolledo está ligado a la escritura autobiográfica; de hecho, el relato no sólo es significativo por la crónica de viaje —al que incluso le dedica un capítulo entero, además de largos pasajes en todo el texto—, sino por la atribulada etapa personal en que fue escrito: abandonó a Tamako, la japonesa de quien se había enamorado, murió la madre del poeta y entró en conflicto laboral a causa de la caída del régimen porfirista.
Si comparamos la biografía con el texto, resalta, en principio, la vivencialidad tanto en el ambiente, como en los lugares de Japón que Rebolledo describe, sin olvidar el capítulo epistolar dirigido a Justo Sierra, prominente miembro del Ateneo de la Juventud; la misma presentación por arquetipos de la mujer, como hemos señalado, nos da una visón, si no propiamente de la vida erótica de Rebolledo, sí de las costumbres familiares mexicanas con los recursos necesarios para mandar de viaje al hijo varón tras su graduación profesional, mediante la posición de uno de esos jóvenes —fictiva, que no falsa— en un viaje poco común para un mexicano, tanto en los protocolos diplomáticos, como en la sociabilización del mismo en un ambiente cosmopolita. Incluso, la fallida adjetivación, sobre todo por parte del narrador, nos aporta resabios de la prosa realista y naturalista decimonónicas, y éstas a su vez de la idiosincrasia católica de su tiempo, país y ambiente social. Los anteriores rasgos sirven, por bien o por mal, para dar profundidad a un personaje y complejidad a la narración.
En cuanto al erotismo, llama la atención que Hojas de bambú culmine con una insatisfacción melodramática por no culminar sus escarceos sexuales con la norteamericana. Los lamentos exagerados del narrador, en contraste con la parquedad de la descripción a la novia en México, y con el pudor de cerrar un capítulo para apenas sugerir el acto erótico con una geisha, connotan la mayor pasión que le generó a Abel Morán los prodromos sexuales con Miss Flasher, lo cual nos lleva a la conclusión de que la norteamericana caló más hondo por su dominio sobre el hombre, manifiesto en dos momentos: cuando lo subyuga su mirada en la Fiesta de los Cerezos, y cuando ella refrena sus naturales impulsos en el camarote del barco. Como escribimos antes, es como si la japonesa en sí no fuera sino el vehículo para satisfacerse en el fetiche de la indumentaria y los rituales japoneses; y qué decir de la novia mexicana: hasta la prostituta japonesa tiene nombre, ésta no; el relato es parco al describirla físicamente, y más pródigo en endilgarle los lugares comunes de la futura esposa, como remanso de paz y esperanzas, lenguaje eufemístico de la estabilidad social y familiar, del bálsamo siempre sumiso y dispuesto siempre a “curar” al varón de la casa de sus fallidas conquistas.
En cambio, de Miss Flasher vamos teniendo datos ciertos que escapan a una descripción directa, mismos que al juntarlos, al cabo, obtenemos a un personaje de mayor profundidad que el resto, excepto, claro el mismo Abel Morán, a quien delatan sus monólogos interiores y la descripción del narrador omnisciente. Uno y otro, al cabo, caen presas del provincianismo que el narrador criticó de sus coetáneos mexicanos en más de un aspecto, siendo el más notorio su padecer el rechazo de la norteamericana, quien genera atracción y miedo, adoración y recelo; se le tilda de maligna y se le acusa de mercantilista, pero a la vez subyuga su dominio y su mirada firme, ante la que Morán, tras haber sido rechazado, reacciona airadamente, herido en lo hondo de su vanidad, subvirilizado — en términos de Lo Duca— al no encontrar consumación sexual, promesa incumplida de la continuidad de los cuerpos —en términos de Bataille—, que le hace ver su propia discontinuidad.
El erotismo en Hojas de bambú es de carácter oblicuo, y no porque sus pasajes propiamente sean tímidos y se pierdan entre largos párrafos discursivos o testimoniales, sino por anticlimático en distintos niveles pues aun en lo que Abel Morán logra eróticamente hay una inconclusión, lo que produce una mezcla de emociones que configura una complejidad psicológica digna de profundizarse, pues las contradicciones del texto y de los personajes nos dan, también, una significación no textual en la que elementos como la prohibición, el tabú y el choque de usos culturales hacen de esta una obra erótica de mucha relevancia, aspecto al cual los ripios y las imperfecciones, antes que afectarle —como sí lo hacen con la estructura del texto—, le aportan. Las debilidades de Hojas de bambú no empañan el atrevimiento de Rebolledo respecto de la pudibunda prosa mexicana de su tiempo; por el contrario, nos deja un testimonio de su evolución como escritor.
Efrén Rebolledo alcanza el mayor reconocimiento con sus poemas eróticos, fundamentalmente los doce que comprende Caro Victrix. Si al lector ocasional en Hojas de bambú quizá le obstaculice a su placer, en cierta medida, tanta profusión y digresiones que demeritan la fluidez de su lectura, para el estudioso de la literatura sí constituye un texto clave a fin de sumergirse en la temática, el estilo y la vida de un escritor singular y por ello indispensable en las letras mexicanas.

Bibliografía

·         Rebolledo, Efrén. Obras reunidas, México: Editorial Océano-FOECAH-Cultura Hidalgo-DGP de Conaculta, 2004.
En el "Apéndice documental" (pp. 351-420) de Obras reunidas:
·         Henríquez Ureña, Max. "Efrén Rebolledo, p. 372.
·         Montemayor, Carlos. "La poesía erótica de Efrén Rebolledo (1877-1929)", pp. 401-414.
·         Monterde, Francisco. "Efrén Rebolledo y su obra", pp. 373-374.
·         Phillips, Allen W. "La prosa artística de Efrén Rebolledo", pp. 378-398.
·         Schneider, Mario. 'Rebolledo, el decadente', p. 399.
·         Urbina, Luis G. "Esquela de luto. Efrén Rebolledo", pp. 364-366.
·         Villaurrutia, Xavier. "La poesía de Efrén Rebolledo", pp. 367-371.
Otros
·         Barthes, Roland. El placer del texto y lección inaugural (trad. Nicolás Rosa), México: Siglo XXI, 2004.
·         Bataille, Georges. El erotismo (trad. Antoni Vicens y Marie Paule Sarazin), México: Tusquets, 2003.
·         Pacheco, José Emilio (introducción, selección y notas). Antología del modernismo (1884-1921), México: UNAM-Era, pp. 290-293.
·         SM L'Encyclopèdie du Sadomasochisme. París: La Musardine, 2000.




Postre: Espléndida selección de haikús en el blog Margen del yodo.
Imagen: Axólotl tomada de aquí
Agradecimiento: a Juan Antonio Rosado.