No fue el primer disco que pedí me compraran, seguro (era Kiss el grupo de mi infancia, Beethoven también un vicio previo), pero fue especial porque lo quería como el honor hacia un muerto de quien muy poco sabía, sólo que habría de ser para mí un "vivísimo muerto", como escribió Gilberto Owen refiriéndose a Xavier Villaurrutia.
Era una ciudad diferente: en mi barrio, sin ser en absoluto un núcleo de cultura, había en varias esquinas discotecas independientes, distintas unas de otras, no como ahora que cines, tiendas de discos e incluso librerías son cadenas.
Me llevaron a comprarlo ya de noche, al mercado, oloroso a árboles de navidad, refulgente de comida, esferas y heno; atestado de familias ignorantes de que salir, 21 años después, sería un peligroso privilegio.
Era un acetato de 45 revoluciones: de un lado Imagine, del otro Just like starting over.
Como si fuera ayer, siendo otra era. Pongamos la aguja sobre el tornamesa y recordemos.
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