jueves, 17 de marzo de 2011

Poemas de Ricardo Castillo



Investigar sobre una época, una corriente, una serie de autores, me resulta semejante a andar una aldea que por breve no es menos azaroso el conocerla, pues a cada nueva lectura se encuentran rincones ignotos donde a primera vista parecía un baldío, y donde vimos al principio un jardín edénico, tras completar otro rondín sólo es un páramo de carcajadas. Aun tras incontables recorridos por la aldea, los nombres, las voces, los lugares y las impresiones van conformando una idea general, aunque siempre hay riesgo de inconclusión, de parcialidad o de dogmatismo.

Es en estos andares que leo ahora estos poemarios de juventud de Ricardo Castillo, (El pobrecito señor x. La oruga. México: FCE, 1980), en los que ya se vislumbra una voz y un tono que caracterizaron la poesía de las décadas setenta y ochenta del siglo pasado en México, y que halla en Castillo --Guadalajara, 1954-- a uno de sus exponentes ejemplares; características de ello son el habla coloquial y la mirada puesta en la sociedad de que provinieron.


De El pobrecito señor X:

Reflexiones a partir de la desmesurada longitud de los pies
Provengo de una familia
en la cual todos tenemos los pies grandes.
Mis pies miden treinta centímetros
y los de mi hermano el mayor treinta y dos.

Toda mi familia mide un kilómetro.

Mi abuelo tenía mirada de vaca.
Es más, de haber sido vaca mi abuelo,
la leche conservaría su antiguo precio.
Así de noble y de sencillo era mi abuelo.

En mi familia
todos tomamos las cosas con calma:
"Papá y mamá ya murieron"
"Mis calcetines están rotos"
"Me he tragado una mosca"
"Todo está más caro"
"Ya nos vamos a morir"

Creo que sería bueno ser menos educados
y armar un grandioso escándalo.

Testiculario
Hoy podría decir que me duele el corazón de tristeza.
Pero sería falso
y prefiero no involucrar al corazón en falsedades.
La verdad es que sí estoy triste.
Marchito como un nomeolvides
guardado entre las páginas de un libro de edición del 54.
La verdad es que tengo un dolor de aguja en cada pupila,
que la tristeza no me duele en el corazón
sino en los testículos.
No me apena confesar que es allí donde radica mi alma.


De La oruga

I
(...)
VI
Hasta que estás con ellos
trabajando con la quinta parte de ti mismo
acostumbrándote al tamaño del cubículo
sin saber a cuánto nos toca de aire libre
porque el techo capotea las entradas y salidas de este taller
Sentándote en sillas y sillones
con la campechana prohibición
de no deambular fuera de sus lugares
cada quien con su tizne en la cara
cada cajón oscuro con su locura
y te das cuenta de que algunos ya están acostumbrados
que de entre sus símbolos más temen al día feriado
por el azar de tener tiempo para ver la vida cara a cara
Te das cuenta de que algunos se aferran
y se arrancan diariamente los ojos
con el alambre de púas que limita sus parcelitas de tranquilidad.


VII
Ya después no sabes para dónde voltear
por cuál ventana desgastar tu horizonte en pólvora para soporíferos limbos
mientras son arrancadas las hojas del calendario
que año con año regala la carnicería
y poco a poco el ritmo va quedando en mueca
que no habla como cicatriz     que no se mueve
Cada vez más la sombra de ti mismo
"No me hablen de lo que un día creí posible
ahora ya ven cansado y aturdido de esa soledad
dinamitada por la rigidez del hombre"



Imagen: La leyenda de los volcanes... de Jesús Helguera. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario