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El jazz es mi canoa de entrecerrada laguna en que me abduzco. Soy un flanneur de escritorio, un zombi que se inyecta criogenia, una palabra esculpida en médanos. Tramonto distancias de yo en yo cabalgando a ojos cerrados, herrados, errados, en levíticos exilios cautivo. No te seduzca otra liturgia que la del matorral a la intemperie.
Volcarse en caída libre a los murmullos, peces artillados. Errar por anonimatos como albaicines. Grutas de mar, pensil memoria.
Entre bardas de mis adentros,
echo cal a algo muerto
que desafina al invierno.
El primer silencio
es el que raspa la garganta.
Como un río seco esta medianoche, el horizonte ignorado se suicida ventanas dentro sin decir nada. Lápices sus ojos, de áspides la voz. La sal del mar es coz de luna. Canoso maguey floreando y golondrinas bien gracias.
Así, a pedazos, lentamente al principio y como cascada hacia el final, me va deshuesando el tiempo, como si la muerte fuera boa. Transijo con mi piel muerta y su interminable legajo de últimas voluntades.
El poema que te violenta nos hace hembras a todos y aullamos.
A mitad de la ira el viento sopla "sigue" y pone el índice en los labios.
Enhebro lo escuchado en lo visto transparente. Mi pastizal quemado pide semilla nueva.
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Yo también he rozado del habla: por cada bajar la guardia a un golpe de la victoria se endiabla una sonrisa. Mi sonambulismo es el gato que vuelve al amanecer con aves muertas. Mis carcajadas son de cactus y sangran. Pregúntame cómo.
El dolor es un juego de grietas que esperan por gracia de azar ser aquella que abra primero el torrente. Arqueología de lo que seremos: un andén sola y mi olmo, hambre de peras, a la espera del tren antepenúltimo, el espejo devorado, jugueteando con nociones y comisuras, como si las sangre nos asolara unísona en juegos de inercias y ojos nublados.
(Me siento la niña que se sabe sola en el teatro, se para en el proscenio como ante un espejo sabio y ciego y escupe tinieblas a los ausentes.)
La atmósfera es el frasco en que me he de ahogar, caballo del diablo. Nuestras cumbres más altas por vía subterránea, en aquella fiebre que invadió mis pasos, hielo tu voz, halo a la brecha.
Malhada de ardores las dobles intenciones, a conjuros táctiles de sal en sal: hoces y halos, haz de otros soles, nos seas a besos perdición.
Todo este precipicio pudo haber sido nuestro.
D.R. (RSR)
Nota: El texto pertenece a esta serie: http://semiofagia.blogspot.com/search?q=collage, que son poemas en prosa hechos con mis propios tweets.
Imagen: Ángel Zárraga, La bailarina desnuda (1907-1909), óleo sobre tela, 151 x 150 cm.
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