viernes, 4 de marzo de 2011

Poemas de José Carlos Becerra



Dos asuntos me llevan a antologar a un poeta ampliamente comentado, como el tabasqueño Becerra: la relectura y el poema como acontecimiento. Hace algunas semanas, dudaba qué llevarme para leer en un viaje corto, con escasos espacios de lectura, lo que me hizo decantarme por un poeta. Tomé la decisión en un impulso, pero influyó el presentimiento de, tras años de haberlo leído, ahora sería una distinta experiencia, más en condiciones significativas. Así fue, y no sólo para mí, sino para con quienes compartí su lectura, momentos en que la palabra no fue sólo pronunciada, sino que aconteció. El escucharlo nos hizo oír el rumor de palabras antiguas, siempre a ras de olvido.

Es por ello que el primer gusto no siempre es digno de confianza: aunque el texto sea el mismo, el lector cambia, el momento sea propicio, y es así --en el fenómeno de la lectura-- como una obra literaria se modifica sin alterarle ni una tilde.


Búho sobre el delirio
(...)
III
Oír que la materia deletrea su peso,
escuchar el ronroneo que hace contra sí mismo el silencio,
ver cómo cae el cuerpo atrapado por el impulso de sus límites, rompiendo de pronto ese dique que la oscuridad usó antes solamente para sí misma.


Ver de pronto ese peso, esa inmovilidad pasando velozmente,
oscureciendo con su sombra velocísima
esa parte de nosotros donde la contemplamos con armas más frágiles que el dolor,
y su caparazón apetecedora de peso muerto.


IV
De pronto se ensordece, cuando el silencio o la locura saca las castañas del fuego,
resegando lo que crecía sin trasplantarlo a su propia sombra,
a su boca construida con una mandíbula ajena.


Decaído o plegándose, embovedar las alas,
engaviar lo reunido, lo que va a levantarse y a girar bajo la bóveda construida con el peso irreal de las alas,
lo que tiene en su peso su habilidad de esguince,
si el vuelo es esa forma, ese jadeo mezclado a las castañas que están como siempre en el fuego,
reproduciendo la mano del silencio o esperando la mano de la locura que va a sacarlas.
Conquistar los despojos, hacer crujir las brasas,
aspirar ese olor quemado que suelta la sombra, la boca construida con mandíbula ajena.
El silencio que cuida su propia mano (lo que es su sombra, se alarga sin cesar).
Si la reunión está sorda, el silencio no miente,
pero en las castañas que están en el fuego, el intruso aparece a la espectativa.


Imagen: Mía. "Sierra en distorsión", Sierra de Catorce, SLP, México (enero de 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario