martes, 14 de abril de 2009

Y en el último trago nos vamos






Una vez más, me veo obligado a separar la paja de la viga, el trigo del opio, la cruda de su cruda, las Sodomas de las Cafarnaúm, las piernas de alguien que no existe...



Una vez más, textos viejos en odres nuevos.





Peces de cordillera
I
Los ladridos me arrojan a una vigilia de agua al cuello. Porque mi voz comprende calla; nazca entre intersticios la palabra. El silencio aceche esta certeza de haber amanecido.
En trincheras fauce a fauce la inanición prolongaremos. Una soga al cuello basta, una hora de encierro, basta un beso del acero y que un profano incurie en un mal tono el nombre de tu pueblo. Ya se va, el andante, estás a salvo. Pero es sierra muy extensa el pensamiento y habrá entre sus poblados quien te conspire alacranes en el baúl descerrojado de la noche. Son su nombre tanta larva. Niégalo.
Apedrean de ladridos la luna; ya aprenderemos quiromancia tras el cerco, ya perderemos el aliento, ya vendrá una inundación a terminar con todos.

II
Brotan setos de los ojos cuando al sol que las carcoma
se abre el pecho de los charcos
y amniótico tirita
y sólo cuando un vientre
abrieron de salida son visibles,
y la sangre de su cárcel vuelta ríos
huye de la libertad de ser laguna
y en cascada horizontal se precipita:
El dolor que causa —dicen— en caricia se transforma
si fermenta al serenarse y en ayunas se consume.

III
Tanta crónica de rancias cacerías, de exacción de minerales,
de babeles levantadas de entre el polvo,
queda apenas la floresta en terregales derramada.
Catead templos y mercados hasta hallar al ciego aquel
—quiébrenlo a palos—
que llevara al lazarillo a la barranca
por no haberle proveído ultrasentidos

Levantisca de guijarros cada muro. Ya no importa
en qué días ande la luna: la grey pule obsidiana
en obsesiva parafilia y cualquiera sea el menguante
nuestro coraje se deshoja,
como un reloj mendiga algo de muerte,
se deshiela el silo de ámbar
con el aire del vencido cuyos puños
sólo se abren un segundo,
como explicando el verbo “despertar” con un ejemplo
y para ahorcar algo del aire que al tacto se hace arenga.

IV
No debo alimentarles más: algunas mañanas hay un olor de perros que —dicen— llevé a perder a las afueras; habrá sido, porque tras un tiempo siempre vuelven por mi casa, esté ésta donde esté, con su ballesta audible hasta los huesos a la madriguera de mis gritos hendida, cercenados de voz, no de palabras. Voy por fiambres de heliotropos para que aúllen salmos menos acerbos.

V
¿Has despertado alguna vez con un milagro recién muerto en la cabecera de tu cama?; ¿qué has hecho con el cadáver?; ¿llamas a alguna de las islas próximas para enterrarlo en el mal aliento de un “buenos días”?, ¿el olvido limpia tu casa martes y jueves y él se encarga? Digo que se deben disectar para ver en sus pulmones cúpulas altísimas como el tiempo de un niño cuando espera.

VI
Mi carne desea en secreto no morirse mientras teje. Miedosa hilandera, se hilvana alma a las sienes; pero no siempre se está para poemas orgánicos: a veces hay que meterse el alma por el culo.
Las tres palabras que digas son periscopio de lo que ya no emergerá jamás.

VII
Tienes prisa. De un libro escalas a otro como de la luz a la oscuridad del cine, exilio de silencio —ay, tan breve— que precede a la primera nota discordante. Es tu pulso un sismógrafo de cafeína que avista en tu espalda escorpiones de hielo: no conocerás al dialogante que se sienta hijo de la hija que nunca has de engendrar.

VIII
¿Qué deben de otras órbitas, calles abajo del tiempo, lebreles palpitantes por oler el miedo supurando de la mano lamestible de un condenado? ¿A quién fallaste, dios doméstico, para hallar tu ruina en el regazo que creías omnipotente? Aladas larvas, miniaturistas de sombras, mal antorcha hallaron para su aquelarre de dos puestas de sol. Hijos de mal simiente, vivirán el patinar de una daga por sus cuellos. Y tú, la mía, hora de abrir —para nunca más cerrar— los párpados, pues estarás más sola que nadie en el momento del ultraje: si reencarno o resucito para tremolar en un blasón que conserve la cabeza más tiempo que mi tiempo sea.

IX
El desvelo es niño que esculpe vórtices en un cubo de agua; sus ojos ojivas de palomas desfiguradas. Al nombrarlo me nombra, y a veces, en traje de luces reta al toro azul de su locura; de hinojos frente al toril le indulta, bajo el abucheo de una plaza vacía.

X
Tuve que cerrar los ojos al sol que venía de adentro para hallar esa nueva oscuridad bóveda hinchada, y el silencio un poco brisa ya, no sólo aire tumefacto; a mi tiniebla le habían rasgado el cielo para dejar colarse a un cielo más negro todavía. Más tarde, el horizonte retrocedió para atrapar al pie de la barda un astro albino. Lo denuncié.
Por eso me otorgaron una condecoración que era anatema en la aldea vecina; me arrojaban a la cara mariposas macho los serranos y barrían la hojarasca de párpados a tientas los de tierras bajas. En alguna besaban la mejilla del exangüe, en otra las veredas chanzaban en cantil al peregrino; tantas otras no tenían ni conciencia de su nada.
Acepté el honor de representar a quienes callaron siempre, llevaré esa afrenta con la frente en alto. Y ya sin más decreto abiertas las esclusas: quiebro la botella preñada de barco y anilina en la nuca de este barco que, rogamos, vaya hasta el confín del mundo y raje a la mitad el horizonte.

XI
Ultima en arameo de reos el conjuro que nitide tus párpados más tenues y sean urnas tus ojos, o cavernas, y atesoren la Numancia trasvasada en carne o alma. Tu mirada —manantial— se ponga cóncava, una jara de sol desgarre el biombo de agua migratoria, y sobre ti —matriz en guerra— clave su clave, te haga laguna el tiempo, y para mí —feliz ahogado— la gracia de flotar en tu agonía y dejar nacer mi muerte sobre ti, sietemesina.

XII
Fíjate bien, del horizonte es treta dividir en dos, a la callada, a quien mira y a lo que es mirado.

XIII
Como legiones de rostros han profanado un espejo
como flores deletéreas que se ofrecen a los astros
y no hay calendarios a mano para cribar sus rastrojos
y se anublen las pupilas de sudarios
y ninguna instantánea que plastifique esos ojos
así mi lengua asesina de lagos —patria insepulta—
así tu mano —¿quién eras?— descarnándose en mi pelo
es el paisaje que hablaba más verazmente en el filme
era hidra unánime que escupía besos o latigazos
Nada:
Tinta de éter
ni animal llama
Fluir de gracia imposeída
nuevamente denostada
memoria que ya no es mía
pare en su olvido deseo

XIV
Languidece el sol, equidistante de toda otra incandescencia. Su malhumor aurora este pétalo de tiempo: tantas elipses juntos cada uno por su lado, tantos silencios mutuos sin compartir mis naipes.
Tráguense gorriones mis asombros.


Fuente de imagen: elhoyofunky.wordpress.com

RSR (D.R.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario