miércoles, 22 de abril de 2009

Relato de viaje






Transerrana

Arde al cobalto el cobre del poniente,
armónicos esfuman a más táctil el aire,
percute un segundo vertical,
llama y presagio,
un instante después apenas yescas

El suelo que pisas es risa de viejo
que al tiempo tus tientos
y al silencio deja.
Tú, niño, un noviembre
miraste helicoides
en todos los puntos de una línea recta

¿Hallaste el andar en el lago sepulto o en el desertor
de una isla que deja a pedazos de serlo?
¿junto el moribundo, la mitad espejo, la mitad salitre
o el de la frontera de sangre en el nombre y aves en la piel?
¿frente al Pacífico manso y feroz como un muslo;
o en un mirador de jade dentro del Caribe,
su sangría de colibrí y su fe coralina,
la víbora alada que vino del norte ebriedad
y vuelve de oriente hidropesía e ira
o en el escalón anterior del asomo al vértigo
donde el buitre gobierna las elipses
y el cuervo le entreteje pentagramas?

Las cruces de hierro vestidas de herejes
frente a los volcanes,
allá un puño en alto en floral de muñones
La luz dromedaria galopa su azul
sin relámpago a cuestas
Pez de árida sierra, un estertor volvía
a tus esporas nomeolvides
biombos de ángeles rajados por los pinos,
celosías de oyamel, flores pensiles:
sobre un lienzo al rojo vivo el sol se hundía

La tarde será bífida de ocasos, dos veces guiña el sol
y el gesto besa el valle de yucas en hordas
cerros adolescentes de cicatrices rituales.
Frescos allá, marejando en el barranco,
desde abajo un cieno emerge
para ver si de verdad el astro existe:
una ráfaga de cantos para ti
testigo sordo

A tumbos de barcaza en tierra llegas,
cara a cara te apersonas
frente al gusanario de las nubes más altivas
que una tarde, venablos, te zahirieran

Y mira a Roma cuando vuelvas con los ojos de otro
porque tu raza, caracol jaikuri,
ha de tañer
hasta el derrumbe
el nervio del gigante

Estás aquí donde se vuelcan las arterias minerales,
donde jamás llega la patria y reina el polvo,
donde el camino es flecha inmensa a la montaña
donde el sueño no es nada más memoria zurda,
es haz y hoz, es pausa,
es un halcón a pie que te bienviene
y aguijonea tus pupilas con las suyas:
pero aún sólo piedra ves, la malherida
que castañea rosarios diestros en un templo
Llueva sangre de biznaga en tu sonrisa
Muerte clínica al reloj: se embriague el tiempo


Pez de umbrales la mirada, apenas quiebra
desde dentro la tensión superficial, te traspasa
y la presientes, contracciona cuanto miras,
giróvago cigoto en tu elipse olor zodiaco,
en tu ruta tramontana

El arco iris bajó al río a abrevar rabia
y murió soñando agua en tumba vítrea
Un mural en el peñasco sólo visible al ciego
de mirada más de pez cetrero
contra el cuello inerte de la luna
que un apagar la luz involuntario

La cuesta se asciende como en los delirios
lo negado al tacto. Cruza,
a ser saqueado de esplendencias
y halles en la tarde portátiles eurekas,
y las noches sean de una vez gleba de gallos
que pizquen augurios bajo las piedras
húmedas del sueño y —leve savia de anémona—
tu plasma vuelta envés, limo, germine

En la piel inesperada hunde tu rostro, doble de tu otro,
caricia alfanumérica de naipes donde sus letras se hallaron,
piel más oscura que la luz de luna nueva,
calor que canta en otra lengua pero igual se hermana
con la llama de aquel cirio y la gota policroma
que bosteza en el altar de todos los insomnios:
fragua en paz la incertidumbre su murmullo

¿Qué número en la frente tendrá la latitud cuando halles esto?
¿Qué tan cerca de la Antártica o del Trópico de Cáncer?

Hayas ojeado ya el confín de la borrasca
o levites ras de tierra arando carne,
hasta el cansancio más del sur ya habrá de humear
la combustión más babelita de tu lengua,
qué laberinto es cada línea estando inmóvil

El sol ara en péndulos su parcela en vilo
Piadosa, una nube, te emboza
Avanza
Detente
avanza:
El viento enhebrará su transparencia

El tren
-cardumen de hierro
rebana como a un pan
de amaranto el milagro--,
a lo lejos pasa

Algo se esconde –un banco de serpientes
temblorosas— bajo el paño que en la postal
se llama sierra: la de metal recibe las ofrendas
y te miras ahí y no en donde angustiadas
las siluetas rotan el último epicentro
y el eco de tu voz, la otra, la diestra,
y los que te encaminen al tranvía cuando seas muerto

Hatos de besos arbolan la arena
minas que desactivan la risa de las máscaras
y ubérrima primicia el veneno emigra
a la chacra estéril de tu acequia boca:
un puente de leva a tu cónclave de tuertos.

Las bestias rumiando copal, a tu vera,
pagando tu moneda al pirul, festinado
por dos gotas de sangre alzando vuelo,
y los ojos de siempre mirándote otro

De tus resistencias la última al naufragio
bala bahía adentro
Las bestias aletean para el regreso

Detente:
embrión de hipocampo en el aire
cerviz en respeto a la flama
antes veneno
y antes palabra

Y será otra palabra:
se entreurde una pupa
y de ella le nace
un coleóptero de agua

Halla en el agua la sed, detente:
tanta inmensidad que a milagros te mira
no es matriz reciente;
ahora los viejos silentes en cada ladera
asoman el rostro y un extravío
concéntrico de humo exhalan sus labios,
reescriben su nombre y el tuyo, así el mundo
abriera un ojo nuevo, y en esta cañada
nacieras de pronto, avanza, detente,
no arribas, regresas:
el olvido hace de Itaca un circo errante

Acede la carne y se engendre
en él, fiambre, muerta
tu madre, hija tuya
y tú, lobezno,
rasga su vientre,
aspas girando:
dale la vida,
déjala, vete,
niégala y vuelve
a resucitarla

Tu piel virgen ya, no habrá espejo más
cuyo eco denuncie al aljibe de tus ojos hueco,
La bestia, el árbol, el caracol, los pájaros,
como tú heraldos, mañana esporas
absortas en vivir, bregando al cielo

A tu espalda ya no el valle, ahora los años
de sordera, de dar tumbos en las calles
y en los cuerpos, como tanto otro que ignoras,
frases aspadas despegan de tu garganta,
renglones cosidos irrigan tus manos,
frases con tacto de ave subterránea,
renglones arrugados de relámpagos:
vuelves ya de los fantasmas e irás a ellos,
volverás antes que tarde y nos diremos,
como siempre: "somos polvo y algo de alma"




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