sábado, 18 de junio de 2011

Tres poemas de Tomás Segovia



Un poeta que ha creado a través de los años un tono inconfundible, una voz, pese a su engañosa transparencia que hace parecer que es el lenguaje quien habla por el poeta. Pertenecen al libro Fiel imagen (México, Pre-Textos, 1996).


Lluvia en primavera
Da pudor escuchar lo que se dicen
Lo que susurran tan de cerca
La leva lluvia y el follaje tierno
Esas dos juventudes cómplices
No se cansan del juego absorto
De sus secretos cuchicheos
Desentendidas de todo
Con ágil serenidad retozan
La juventud velada y mansa de la lluvia
Y esa otra del verdor puerilmente engallado
Están solos y a gusto en su gran casa húmeda
En ese asueto gris
De su gran libertad protegida y pacífica
Y en el fresco paisaje solitario
Sólo comparten esa dicha sin visita
Los pájaros que van y vienen por los mundos
Con las breves gargantas al desnudo
El íntimo rumor de la lluvia descalza
Da cuerpo con su vasto velo
Al gran silencio donde nada irrumpe
Ensanchado por fin hasta los horizontes
Donde sus raudos gritos sin nigún temor nadan
Y saben bien que el día
Pálidamente detenido
Ha estado desde el alba sin cesar terminando
Que el tiempo se abandona a uno de esos sentidos
Prolongados adioses para no partir.




Leal otoño
Ningún temor habitamos más lealmente
Que el pensativo otoño
La ingrávida estación intraicionable


En ella el transcurrir se hace tan puro
Que la nostalgia misma
No le vuelve la espalda
Lo que en ella soñamos
En este mismo presente suspendido
Que nunca posa el pie
Y que nunca por eso deja atrás al deseo


Y aquel que con la palma alzada
Frena los ímpetus del día
Tiene en la limpia lucidez del frío
Toda su lentitud
Y ni un adarme de su pesadez


Y viaja con el tiempo en su alta nave
E íntimamente en su favor transcurre.




Igualdad
Cuando los desfiladeros despóticos del tiempo se abren un rato a estas sencillas explanadas, los hombres se sueltan por fin como si fuera para siempre y reconocen sobre su piel su vida como el roce delicioso de unas ropas holgadas y ligeras. En aquellas gargantas agobiantes el tiempo iba topándose malignamente por la espalda y a la vez tirando de su cuello con su sañuda cuerda, pero ahora es otra vez este diáfano abismo que el pulmón respira. Y no es que olviden, pero están de nuevo en su sitio la memoria de atrás y la de adelante, y por en medio mana frugal y firme la paz de su deseo. Pasará esta tregua pero sin haber amenazado nunca con pasar, aquí tan solo el tiempo mismo es inminente, y el brillo de apetencia de los ojos puede salir del todo de su clandestinidad. Nuestra gran libertad, mientras dure esta hora, ni atropella a los muertos ni se debate mordida por sus pedernales, ningún velo aquí oculta la igualdad del dueño y el heredero, del don y la encomienda.

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