martes, 9 de marzo de 2010

A propósito de "Tiempo y cuenta" de Fray Miguel de Guevara



Escribió Augusto Monterroso alguna vez que casi ningún prospecto de escritor o estudiante de Letras está tan loco para pensar que será rico algún día por su actividad, pero casi ninguno, tampoco, está dispuesto a renunciar a la fama.

Casi apotegma tal frase, difícilmente puede ser axiomática, dados los casos individuales que la matizan: tengo un amigo editor, quien además de admitir sin reparos que no le gusta la poesía (no mucha de la poesía que hay, no sólo cierta poesía o para muy determinados momentos, sino que no le gusta), me comentó que desde aspirante a estudiar Literatura, su propósito principal fue hacer dinero, lo cual --me consta-- ha conseguido; en contraparte, conozco muchos casos de obreros literarios que entregan su esfuerzo al rescate de escritores olvidados y parecen tener alergia a las pálidas luces del Parnaso doméstico. Hay de todo.

Yo debo admitir que me dedico a esto moviéndome entre la supervivencia laboral y un delirante deseo de salvar la vida en esa economía de los actos contra las omisiones, de lo afirmativo contra lo deleznable, que viene de eso que se llama ética. Hablemos del innoble, que es más interesante.

Además de la posibilidad, no por difusa menos cierta, de ligarme a alguna incauta tras recitarle unos de Lorca (e invitarle unos al pastor), la literatura da a veces la oportunidad de ganarse un prestigio fugaz, pero que puede valerte salvar la vida o ser invitado unos mezcales. Tal me sucedió en Michoacán, hace varios años, cuando alguien me preguntó por Fray Miguel de Guevara.

La intención de la pregunta era demostrar que yo no lo sabía todo (lo que es al cabo condición connatural al hombre y por tanto un derecho); para mala suerte del Malaleche, acababa de leerlo en una edición de la UNAM sobre poetas novohispanos; así que tras enunciar los datos básicos de este poeta, también me dio la memoria para parafrasear de manera más que aceptable este portento de poema:


Pídeme a mi mismo el tiempo cuenta;
si a darla voy, la cuenta pide tiempo:
que quien gastó sin cuenta tanto tiempo,
¿cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta?

Tomar no quiere el tiempo tiempo en cuenta,
porque la cuenta no se hizo en tiempo;
que el tiempo recibiera en cuenta tiempo
si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta.

¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo?
¿Qué tiempo ha de bastar a tanta cuenta?
Que quien sin cuenta vive, está sin tiempo.

Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta,
sabiendo que he de dar cuenta del tiempo
y ha de llegar el tiempo de la cuenta.
Así, aquella fue una tarde triunfal en que lo poco que uno sabe valió para escuchar decir de mí "maestro".
Foto. Yunuén, Michoacán.

1 comentario:

  1. Definitivamente saber de literatura es tener otra persperctiva de la vida que cautiva y aviva el alma dormida, felicidades por considerarla importante y tener deseos de cultivarte con ella. Lindo artículo

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