Al pie de la hondonada, mi trasbordo,
desmembrando briznas, humeante de farfullas,
un aire recuerda en mi piel ojos de magna impotencia,
espero en el muelle,
que un nombre sea mío, aspiro al perdón
al pan
a llevarme al menos a uno de los que vengan por servilletas
Un prematuro abrojo que enquista mis huesos y seca mis ojos.
A qué deidad el holocausto, vecinos, ignotos,
sierpes de otra especie, no la mía grisácea,
a quién decir gracias por vaciar mis ojos de globos que anhelan,
de besos opiáceos, de apócrifo apego al cuerpo prestado,
a la voz marchita que espeta "soy, vivo; ámame"
Detrás dejo el cálido, las vivísimas que acabaran pronto, un instante luego de la zarpa, detrás dejo el pálido silo de un orco portátil, por lo bajo rio y elido mirar otras cuencas limpias, por lo bajo el río se agarra sus désos.
Cruza el gusto anómalo mi instante, eco del día cumbre en que las selvas pidieron silencio. Esperamos el fin fundando eras, lamemos muerte en el limo dual del nacimiento. Se raja una galaxia en cada golpe de tambor y tiembla de éxtasis la vida en un individuo por cada carácter, tecleado o nonato.
Las voces, manos de huracán que quiebran mis nombres, testículos del mar,
las voces se me caen como el cabello del sueño emasculado
Y eres tu quien me amanece a salivarmesta más cerca del tiempo y la ceniza
Y eres tú quien pone velas a las convulsiones para sahumar el dejo a espejo violado.
Al pie del cerro turbio, un mulo que jadea,
Abajo el río, tambores y el reino de la química.
Foto. Mía: Conectemos