miércoles, 14 de octubre de 2009

Para ver llegar los terremotos



Cada vez más cansado, me aferro a la poesía por ser mi lengua y porque lo que más vale en esta descascarada latitud son sus artistas.

Y transcribo los versículos iniciales de Incurable, de David Huerta (México, Era, 1987) como quien juega ajedrez esperando el terremoto:

El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.


El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.


En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
     conectada en la pantalla de la respiración,
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
     sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.


Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo,
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
     circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido;
si me acercara, sec y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
     de los otros en el techo,
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso desmoronándose,
una lluvia caliza por el sueño, en el paladar;
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
     gotean vino;
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
     un roce plateado,
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
     muebles para dormir un sueño de saliva y silencio;
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
     fúnebre de reunión a oscuras . . .



Imagen: El coloso. Atribuido a un seguidor de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), según el Centro Virtual Cervantes.






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