jueves, 11 de noviembre de 2010

Poemas de Vicente Quirarte



Este es uno de los autores a que los gustos comunes me condujeron, por lo que conozco bien alguna de su obra ensayística sobre la Ciudad de México y sobre Gilberto Owen, principalmente; llego con cierto retraso a sus poemas, de los cuales escojo tres, tomados de Razones del samurái (1978-1999) (México, UNAM, 2000). Es notable en el autor, además de la intertextualidad, la vivencia del caminante, del flanneur en la ciudad y sus paisajes y su fauna, incluyendo la divina (como los ángeles villaurrutianos). Los epígrafes incluidos confiesan estas pulsiones en sus textos.



Su condición de ola
Me sabe a mar,
me sabe a mar colérico en los mástiles.
Gilberto Owen

¿Verdad que no sabías
que los cinceles de mis ojos
esculpen tu estatua erecta en el horizonte
para que presidas el grito guerrero del mar
al asalto de murallas
que los niños construyen de sal
junto a mis pies?

¿Verdad que no sabías
que en mi pecho aun crecen
colonias de madréporas,
presencia y raíz de tus corales manos,
y que por corazón conservo
el beso más desmesurado de tu boca,
extensa, inaprehensible mantarraya?

¿Verdad que no podías oír tu propia voz
llamándome desde la vena rota del mar
--abiertas sus cicatrices en la noche--
y alerta como faro
el laberinto loco de mi oído
como espejos múltiples coreándola?

¿Verdad que no sabías
que antes de concluir tu grito
mis sienes ya estaban espinadas
por tu corona amarga,
yo rabiosa estrella queriendo asirte océano
cuando eras sólo espuma?

¿Verdad, inocente orca,
que nada sabías
cuando arrancaste el timón y me dejaste
náufrago final del maremoto?


Colonia Guerrero
A veces pienso que no vale la pena andar
cascariando la canica.
Gabriel Vargas, La Familia Burrón, 8 de agosto de 1976, p. 9.


La navaja o la botella,
el río de vómito que corre tras el puente,
la blasfemia que flota sin fuerzas en el aire
(volando con las alas pesadas del ángel
ya desterrado y resignado a su suerte);
el café con leche saboreado apenas
ante la perspectiva sucia de la mañana;
el amor triste y cansado en los hoteles,
y la risa del hombre
y la riza feroz del hombre solitario
que camina acompañado entre multitudes
y en cada chinga tu madre realiza
la comunión del hombre.
Gabriel, el ángel solitario,
ángel por la sonrisa y por el nombre,
la risa obscena y limpia
como una prostituta la noche que descubre
que los hilos de sus medias se han corrido.
La risa, culebrón invadiendo los palacios,
haciendo retumbar todos sus cimientos,
rodeando cuerpos lavados en tinas olorosas,
pulcras cabelleras donde vive la lavanda.
Y la risa, y la risa, y la risa
heroicamente idiota de los otros,
la risa estalla en vez del llanto,
la risa con la que algún día
habremos de asaltar las otras lindes,
allá donde la risa surja con e alba
y nos ea un payaso hambriento,
absurdo y cruel, muriéndose en la noche.


Plaza Santo Domingo

Aquellos años vuelven por azares,
como si los relojes, conjurados,
hicieran de esta plaza el Universo.
Un solo adolescente, el mismo
sabor a calle vieja, las palomas:
tiempo de exploración donde el cuadrante
enloquece de puntos cardinales.
Un nombre se articula. El organillo
lanza antiguas canciones a las nubes,
como esa niña espera que le armen
el castillo que habrá de derrumbarse
a la vuelta del príncipe en derrota.
No es que vuelvas, palabra, estás naciendo
como si nadie hubiera pronunciado
tus silencios con música tan lenta,
como el niño que mira hacia la plaza
a su cuaderno limpio de palabras
para escribir, en su lenguaje torpe:
"Carmen".




Imagen 1. Plaza Los Ángeles, Colonia Guerrero, Ciudad de México, tomada de aquí.


Imagen 2. La Familia Burrón, tomada de aquí.


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