1 Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
5 Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
10 y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi sér parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
15 con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
20 ¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
25 de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!
Si el neologismo vallejiano "trilcedumbre" acuña, como sostiene Francisco Martínez García, una mezcla de tristeza y dulzura, éste sería uno de los poemas en que podría verificarse con claridad esa noción [1]. Este mismo crítico llama a la de Vallejo poesía "descolorida" —definiéndola como carente de rima: "ni consonante, ni asonante, ni a distancia, ni por simpatía fónica",[2] y si bien concordamos de forma general con la definición, no tanto con el término en sí, pues en otros aspectos, como el léxico —donde existen contrastes, oposiciones y repeticiones que modifican a cada mención, no sólo el sentido particular de un verso o un fragmento, sino también los de las menciones anteriores— o el temático —pues la fragmentación de su discurso poético da lugar a lecturas lúdicas que toman en cuenta más lo paradigmático que la linealidad versal—, la poesía de Vallejo es policroma en sonido y sentido.
En principio, leo el poema como un monólogo confesional de un hombre maduro que cavila sobre la finitud y la muerte, esboza trazos de sí mismo y deja en guiños lo que parecían prólogos; no obstante, la percepción global se sustenta de esa fragmentariedad significativa, acotada por las exaltadas frases entre signos de admiración.
El primer verso será el marcador temporal más relevante del poema, al cual se contrasta con el "siempre" del verso 2. Sin embargo, como veremos más adelante, esta oposición no resuelve claramente cuándo, comparativamente, decae el gusto por la vida: mucho menos que siempre, menos que en algún otro momento particular. Lo mismo ocurre con "ya lo decía", acción en copretérito que tampoco especifica cuándo sucede. El uso de "ya", por otra parte, nos hace dudar si es un monólogo o una perorata en la que se interpolan marcas metalingüísticas para comunicar correcciones de discurso para el posible escucha. A los contrastes temporales de los versos 1 y 2, cuando el tercer verso dice "me contuve", se agrega un cuarto verso ambiguo a causa también de la indeterminación sobre cuándo ocurre la acción enunciada, lo cual se subraya a causa del "casi": ¿se contuvo para no darse el tiro al casi tocar la parte de su todo o se contuvo de tocarla casi, justamente con el tiro? La diferencia de sentidos es enorme: antes de tocarla se da un tiro, o bien antes de darse un tiro se contuvo. Los versos 3 y 4 no sólo no resuelven la indeterminaciones, sino que introducen nuevos temas: la parte de su todo que casi toca y da pie a la imagen de darse un tiro en la nuca, como si la bala fuera persiguiendo a la palabra, conlleva a la muerte, pero también la sinécdoque, no haciendo uso de ella, sino definiéndola, recurso que será en versos posteriores cuando muestre su relevancia.
Así, bastan cuatro versos para hacer entrar al lector en una polisemia lúdica que permeará todo; el poema es de mayor alcance que el de simples malabares de palabras, pero la ambigüedad en la expresión es en sí misma un tema, en tanto encubre y devela, proyecta y se desanda, como en los atisbos de una narración o, más exactamente, como en el "develamiento progresivo" del que habla Roland Barthes [3].
Los versos 5 y 6 vuelven sobre el presente enfático del "hoy", y los hechos que evoca nos producen ahora preguntas sobre cómo ocurrió lo que se expresa y parece narrarse: hoy que la vida le gusta mucho menos, también se palpa "el mentón en retirada". El "hoy" del quinto verso, por un lado da una continuidad estrófica y por otra parte vuelve a bifurcar los posibles sentidos: ¿palpar el mentón se relaciona con gustar menos de la vida o con haberse contenido? ¿Contenido con un tiro o de darse un tiro? ¿La retirada corresponde al mentón o al acto de palpar? Es tentador inclinarse por ver el ademán de un hombre que no concluyó un suicido por arma de fuego, y que contenerse fue entonces no asestárselo, aunque esa es quizá la intención del poeta para incumplir después una expectativa. A la sinécdoque de los pantalones (prenda en tanto persona) se agrega la adjetivación que se vuelve una marca temporal y actúa de manera adverbial, subrayando el hoy; la parte del todo del verso segundo hace un sintagma temático que da la imagen de una prenda al revés, vuelta ahora al derecho y ya prenda de vestir. Así, parafraseando a Tomás Segovia, el manejo de la ambigüedad es todo menos ambiguo [4], y es asombroso que este rasgo estilístico coexista con una concreción de la identidad autobiográfica de la voz poética manifiesta en "yo me digo", a su vez progresión del "ya lo decía" del segundo verso, si bien aclarando ya que se trata de un monólogo en el que el poeta encuentra razones y alivio en sus palabras, aun cuando éstas para el lector suenen amargas: he ahí la trilcedumbre.
Si bien desde la opositiva del verso 2 es claro el alivio catártico, éste adquiere nueva expresividad en las exclamativas de los versos 7 y 8, que se los dice el poeta a sí mismo desde el hoy, desde una parte de sí, desde una parte de su todo. Tanta vida no es igual a tanto tiempo, es más que eso y otra cosa. La intención de aclarar no sólo que es su hoy, sino que es el poeta quien padece la vida, de él los años vividos y mensurados en la eternidad de las semanas, es ya evidente. Movimientos de lo abstracto a lo concreto, una y otra vez de la sinécdoque a la muerte, del tiempo a la memoria en apenas un puñado de frases.
El sentido de los versos y sus temas, si bien todavía provisionales, si bien nunca por completo determinados, dan rasgos a la situación de la voz poética en sus cuándos, en sus cómos, en sus dóndes: monologa, reflexiona y rememora sobre la muerte. En los versos 9 y 10, los padres enterrados, no bajo, sino con su piedra, una lápida que más allá de hundir o tapiar inmoviliza, y con ello impide que su muerte termine o, dicho de otro modo, convierte a su muerte en una no-vida vivida por el poeta a través del recuerdo; en los versos 11 y 12, los hermanos —en un sentido genérico— de cuerpo entero que son sus propios hermanos, evocan la mirada del poeta sobre una fotografía familiar donde también está él mismo, o lo que permanece de él en la fotografía: el chaleco, sinécdoque de un él que ya no es más (mi sér); apenas cabe decir que la prenda continúa con el sintagma iniciado con "momentáneos pantalones". Temporalidad a la prenda, prenda como ropa y ropaje como persona: de esta compleja imagen se conforma ese "sér" de acento subversivo.
En el verso 13 se elide el hoy en el que el poeta habla y se intensifica el presente continuativo, donde pervive el gusto por la vida, y varía la intensión al cambiar el adverbio temporal (siempre) del verso 2, por el modal (enormemente). Así, lo que fue adversativa en la primera estrofa, se convierte en oración principal para la tercera, a la cual se subordina temáticamente la muerte mediante un verso 14 compuesto por un elemento adversativo y uno concesivo, en movimiento inverso a 1 y 2 (donde al debilitamiento del gusto vital momentáneo se oponía lo cotidiano: "pero siempre me gusta"), que es icónico de la oposición, por una parte, entre muerte y vida, y por otra parte del reconocimiento sobre que ambos polos conforman una unidad indisoluble. Si no, ¿por qué el poeta se atrevería a corregir dos veces un verso para dejar, tal como fue publicado, el insólito verso "pero, desde luego"? [5] Los versos 15 y 16 representan una suerte de descanso estilístico, con una evocación más convencional: un hombre mirando desde el café —gustando enormemente de la vida— los castaños parisinos. El verso 17 ("y diciendo") es fundamental por la precisión que introduce: no sólo es mirar lo cotidiano acompañado de la muerte, sino decir algo sobre lo mirado; así es como el poeta puede gustar enormemente de la vida. Diciendo, en el verso 18, de rasgos sinecdóticos de quienes pasan: alguno un ojo, otro una frente y así.
La exclamación del verso 19 parece extender la del verso 7: "jamás me falla la tonada", en cambio, el verso 20 más bien intensifica la elocuencia, aunque deja más abierto el sentido que en 8, en un nuevo contraste estilístico-semántico; sin embargo, no puede ser de sentido tan abierto en un poema que habla de muerte, de finitud, de la muerte sucediendo de los padres, suceso que vuelve a actualizarse con el "siempre, siempre, siempre" limitado por la duración de la vida humana. De tal modo, la muerte de los padres no termina porque sigue presente en la memoria del poeta; eso, por otro lado, es el eco de las correspondencias intratextuales del poema en una narratividad sin historia, hecha de contrastes variables y variados.
Los retornos temáticos ya se muestran como una estructura estrófica y como un estilo de discurso; el poema ha comenzado a volver sobre sí mismo. El verso 21 se enlaza temáticamente con la imagen fotográfica de su familia mediante el elemento "chaleco"; esto entraña completar la nueva evocación —y su consiguiente concreción de sentido— a los padres que en los versos 9 y 10 antecede a la de los hermanos del undécimo verso. Pero el poema, después de tantas correspondencias, hace a cada una de sus palabras, frases y motivos más resonante todavía: "chaleco" entra en juego con "pantalones", con la sinécdoque como rasgo de estilo y como tropo que lleva al "sér" que en el acento lleva, entonces, la temporalidad; de hecho, vuelve explícito el mismo juego de las relaciones al terminar de enumerarlas: "dije" con "ya lo decía" y "yo me digo" con "Y repitiendo". Luego, vuelve al "casi" del tercer verso para introducir un nuevo elemento: el hospital de al lado, y con él especifica, sin revelarlo por completo, el lugar desde donde habla, la situación de la que viene: eso da una razón a su disminución de gusto por la vida y de paso oscurece el esbozado suicidio que podría habernos parecido claro; eso sí, refuerza el "casi": quien nos habla es un hombre que estuvo a punto de morir y se salvo para recordar el gusto por la vida y alargar, además, la muerte de sus padres. Las contradicciones en su discurso, los contrastes, el vaivén entre vida y muerte hallan un remate y una clarificación en lo patente que puede ser el recuerdo del propio organismo enfermo: "Y está bien y está mal haber mirado…"
Antes de concluir con los ecos estróficos-temáticos, el poeta introduce un dejo de optimismo irónico en el verso 26: luego de atajar sus vidas en jamases y sus años en semanas y en siempres, evita sintácticamente dar el sentido de que le gustará siempre vivir, sino que se permite decir que le gustará vivir siempre "así fuese de barriga", es decir, yaciente, supino: con un poco de malicia encontramos aquí otro eco temático con los padres que en su piedra no terminan de morir. ¿Declara el poeta que no morirá, porque alguien vivo mantendrá su muerte interminada? ¿Un ser querido, sus lectores que lo miren como una fotografía donde reconozcan a un hermano genérico, quizá incluso carnal? Tras esta imagen final de alegre malicia, de conciencia sardónica de la muerte, los versos finales del poema parecen un descanso que evita concluir en el clímax temático, para despedirse de manera lírica.
Notas
[1] Ver. Martínez García, Francisco. "Introducción biográfica y crítica" en Poemas humanos. España aparte de mí ese cáliz, de César Vallejo. Madrid: Castalia, 1987, págs. 7-53.
[2] Ibid., 30.
[3] El placer del texto y lección inaugural. México: Siglo XXI, págs. 19-20.
[4] "Owen, el símbolo y el mito". En Cuatro ensayos sobre Gilberto Owen, México: Fondo de Cultura Económica, Letras Mexicanas, 2001, págs. 59-85.
[5] "El verso original mecanografiado era muy breve, tenía sólo una palabra: 'pero'. Vallejo añadió, a mano, 'entrando de uno en fondo'; pero lo tachó; y escribió: 'desde luego'(…)". Martínez, Ibid, 100 (en nota al pie).