Comparto algunas imágenes de este libro (Sandison, D. [ed.] The Art of Rock Visions David Oxtoby. Phaidon Press-E. P. Dutton: Oxford & New York, 1978), todas realizadas por el artista inglés Oxtoby, conocido principalmente por sus pinturas cuyo tema es el la musica Rock y sus grandes figuras.
Mick Jagger: Bloody Altamont. aquatec and pencil on paper, 31 1/2 x 43 1/2 in. (p. 71)
Jimi Hendrix: Just Jimi. Acuateq on board, 32 x 12 in. (p. 43)
Ray Charles: Reflections on the High Priest. Aquatec on canvas, 96 x 72 in. (p. 55)
Nina Simone: Nina and Mike. Aquatec on board, 20 x 15 in. (p. 61)
viernes, 30 de julio de 2010
jueves, 15 de julio de 2010
Tres poemas de Alberto Blanco
Los tres tomados de su primer poemario, Giros de faros. México: Fondo de Cultura Económica, 1979.
*
La
muerte
reparte uniformes
Es
el mismo
patio para todos
En
la única
hora de ninguno
*
Un arco de sombras
alrededor del pozo.
Sobre la pendiente
la tenacidad en piedra:
todo es en balde.
Una casa y una muchacha,
sin nubes ni sombras,
con su blanco delantal
frente al portón:
Refrescan al caminante
sin tocar el agua.
*
Desde los altos postes
que sostienen la vieja
carpa del cielo,
desciende la navaja
certera de la luz
cortando un perfil a las nubes
las casas
los rostros.
Desprende las hojas secas
como las fotos en sepia
de un álbum de familia:
sobre la arena roja
brillan bajo el sol
los lentes de oro.
Nota: Datos del autor.
viernes, 9 de julio de 2010
"Intensidad y altura" de César Vallejo
Poema en audio: Intensidad y altura de César Vallejo por Claudio Obregón
El poema con el que pensé al levantarme, y lo comparto.
El poema con el que pensé al levantarme, y lo comparto.
domingo, 4 de julio de 2010
Descenso infrarrealista a La Castañeda
Como cuando niño, me abstraigo en diálogo con mis manos, esta vez para ignorar a un taxista entrado en años, bajito de estatura, con voz meliflua para el pasajero y atronante contra los demás. Sólo que, a diferencia de mi niñez, ahora en mi mano tengo un teléfono y escribo esto mismo, pero en tiempo real, sin que al hacerlo tenga más significado que un fugaz testimonio. Sin embargo, es preciso cerciorarse de que el cafre sabe lo que hace y le indico de nuevo mi destino. -Sí, bajamos acá, adelante.
Vengo de un pueblo de millones de habitantes, a las faldas del Cerro del Judío. Me siento aturdido por la falta de práctica en los largos andares urbanos, sobre todo cuando contrasto el nuevo paisaje de segundos pisos ensombrecido con el de esa misma vía rápida años atrás. Intuyo una pregunta acerca de la modificación estética que suponen los cambios urbanos, pero la interrumpo al notar que al fin el conductor se orilla y quiero ver cómo entrar, para subsecuentes ocasiones. Tras haber rebasado a un microbús, alcanzo a ver el letrero toponímico "La Castañeda", lo cual me produce, en el lapso de un alto, enormes impresiones.
El nombre se hizo famoso, pues ahí estuvo ubicado el manicomio porfirista (por cierto, para el caudillo significo una obra "centenaria", la cual sólo duraría alrededor de cuarenta años), antes hacienda pulquera (Ver). A mí me fue significativo, porque veo qué tan difícil se ha vuelto andar la ciudad en ciertas zonas donde el tráfico incesante las hacen propiedad de los automóviles, lo que es disuasivo para no andar distancias que en entornos más amigables serían seductoras.
En La Castañeda coexisten novísimas casas con vecindades construidas seguramente en los años cuarenta, en torno a los centros industriales que ya se expandían a las entonces periferias de la Ciudad de México. A la inducida percepción de historicidad que vivía, la memoria libresca me ofreció la clave de una emoción de gambusino: la coincidencia de que tanto para Jaime Reyes como para Mario Santiago Papasquiaro hayan vivido cerca de esa calle, sinécdoque de la vida capitalina, rota en su mayor parte en septiembre de 1985.
La primera pregunta que viene a la mente ahora es si se conocieron; ambos eran de edad equivalente, ambos ejercieron la poesía desde jóvenes. Si no fuera por la cercanía geográfica -que a veces, por lo mismo, llega a ser invisibilidad-, podría pensarse también que poetas en común los presentaron. Si Santiago Papasquiaro es el Ulises Lima de Los detectives salvajes, entonces fue un viajero también en el ambiente de la literatura mexicana durante esos años. Jaime Reyes, por su parte, conocía a Revueltas, a Castañón, más tarde a Monsiváis y a los Huerta, entre otros. Ambos habrán estado involucrados en el 68, sí, pero nada de esto es concluyente para asegurar que tuvieron algún tipo de contacto.
Aun si no se conocieran, pues en México nunca han escaseado los poetas y la urbe, ya desde entonces, era una fábrica de máscaras sin rostro, es inquietante pensar que su relación fuera más intrínsecamente literaria. A juzgar por lo que he leído de ellos, sus sendas poesías, tan distintas, coinciden en una intensa relación con la ciudad. Santiago Papasquiaro es un experimentador, de espíritu cercano a las vanguardias europeas y al Estridentismo; en cambio Reyes es perceptiblemente más latinoamericano: Vallejo, Neruda, Lezama Lima ocupan un lugar privilegiado entre sus influencias. Si Reyes obtuvo un reconocimiento temprano al ganar el Villaurrutia y hay un premio de poesía joven con su nombre, ahora es un lector relegado a círculos minoritarios; Santiago Papasquiaro, por su parte, siempre fue un marginal, aunque nunca dejó de escribir, y con el "boom" que supone un autor como Bolaño por sí mismo, ahora la obra de su amigo en vida se revalora.
No obstante sus diferencias, resulta interesante que se lea actualmente a Jaime Reyes como infrarrealista (Ver Fernández, "Chocanito" en Iberletras), eso hermanaría a ambos poetas "castañedianos" en el espíritu de ese manifiesto que supone, Los detectives salvajes, para lo cual, por supuesto, es intrascendente el que se hayan conocido, menos aun que hubieran compartido ideales estéticos, pues el "real-visceralismo" es más descubrimiento de un espíritu poético que la enunciación de un dogma: descriptivo, en forma de presagio, más que un manual prescriptivo; el él podrían caber formas de infrarrealismo como el neo-barroco de Jaime Reyes.
El alto al fin terminó, así como la reflexión sobre un punto geográfico sedimentado de historia, de historias, que en mi mente es la bisagra entre los festejos bicentenarios, la poesía mexicana de la segunda mitad del XX. Comenzó a llover cuando llegué a mi destino, lo que propició que el taxista intercalara denuestos contra la creación, con parabienes para mí, su ya ex pasajero. De aquel trayecto quedaron estas palabras.
Pd. Luego de varios meses de haber escrito este texto, de indagar sobre ambos poetas en diversas fuentes, me encuentro en esta página, el testimonio de Raúl Silva, quien recrea el contacto entre Reyes y Santiago.
Foto: “La transformación de los locos en artistas y gimnastas”, Excelsior, 27 de julio de 1932. Pie de foto: 1. Ejercicios gimnásticos por los asilados de la Castañeda (Nótese en el centro uno de los enfermos que, en vez de obedecer la voz del profesor, se puso a jugar con su sombra). 2. Niñas y mujeres en otra clase de gimnasia. 3. El orfeón de la casa de los locos. 4. Un guitarrista que hizo las delicias de los visitantes, entonando canciones vernáculas. Tomado de este blog
sábado, 3 de julio de 2010
Collage 3
Me asombra despertar un instante antes que yo, para otear mis cuadrillas que a duras penas limpian mi cuerpo. Noche afiebrada, como si llevara un sol en el vientre: los peces y los panes primigenios gritaban "arribistas" a los recién multiplicados. La tos como un tambor canoa de trance (mis toses: tambor de mezcalina y visión del túnel táctil, evanesciendo) El juicio ocluido como si hubiera visto eclipses a puro pelo. Lo que llamamos astros son cañones, decían. Montones de Venus en un tenderete. Los dados juegan a dios con el universo. Dardo de calma.
Panal de párpados en llamas y un aullido: mi fugaz horizonte. El asombro de las primeras ocasiones, semilla paciente que sobrevive a sedimentos de olvido y brota vigorosa como un puño vegetal. Adviene ese instante de cada día que es ombligo del horror, seca arcada de abrasiva realidad, cuando apostar 100 varos a quién muere último y que el tiempo sea el revólver es un plan seductor. Siempre fuimos las ojivas negras. Las manos torcidas de tanto guiar fantasmas (Mira: Un alacrán bebé tramonta nuestro himnario con aliento a pétalos. La inocencia es un virus oportunista). Quiero regularte esta rosa.
Quiero un coctel freático de silencios para esta cruda de palabras. Nadie vea la lepra de mis penitencias: mi mente ciega de tanto enganchada a los espejos cóncavos ahora se cree anémona. Releerte es mirar a un espejo autónomo y mordaz que te llama espejo. Releer es recordar extraños a quienes tanto sabes. No más. Ya quiero sembrar una superstición, escribir una parejita de astros ‑aros atónitos: alelado él en el láilala, la lamisquea, así la hila, la hala a un ululeo de aleluyas, la olea, la lolea, la laylea, la holea "Lulú"‑ y criar mantis feroces.
El silencio nos invade como el activo de un chile bravo.
Nota: Este poema en prosa pertenece a una serie de textos (Ver Collage 1 y Collage 2) conformados por algunos de mis tweets, recompuestos apenas al vuelo para dar relieve al azar de lo inconexo.
Foto: Aire espeso desde el monte urbano.
RSR (D.R.)
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